Esperar a Dios es esperar en Dios. La esperanza es una hermosa y misteriosa conciliación de dos persuasiones. Por una parte, nuestra convicción de que somos siervos inútiles, incapaces de cualquier movimiento, y que debemos esperarlo todo de Dios, incluso a Dios mismo, que no es más que un don de sí.
Por otra parte, la convicción de que somos trabajadores útiles, en cuanto que nuestra cooperación es indispensable para que Dios nos salve. En definitiva, lo esperamos todo de un Dios que ha tenido a bien fijarnos una tarea y otorgar a esta tarea un valor.
La esperanza en Dios aumenta con los milagros, pero se purifica cuando el milagro no se realiza. La esperanza crece entonces y se purifica y se hace más auténtica, cuando vemos que aquel que no ha sido curado bendice a Dios por no haberlo curado. «Porque me has visto, dijo Jesús a Tomás, has creído. Bienaventurados los que creyeron sin haber visto» (Jn 20, 29).
La esperanza no puede ser el cómodo resultado de un milagro agradable. Es una virtud y, como tal, exige esfuerzo continuo. Un diario combate contra las fuerzas del mal, que amenazan infiltrarse por dos portillos: la presunción y la desesperación.
REFLEXION
Los pobres esperan con facilidad: es un favor que les ha hecho el Señor, ya que les ha negado otros. Un favor que vale por todos. Los pobres esperan. En El concretamente o en algo o alguien que no saben precisar. Pero esperan. Ya es más fácil rectificar la esperanza que inventarla, y mucho más fácil que declararla necesaria cuando no se admite siquiera su conveniencia.
El secreto de saber esperar está en los pobres, en los sencillos, en los humildes. Humildad es también saber aceptar todo género de mediación. La humildad de ir a Jesús por Maria, reconociendo nuestra necesidad de senderos cortos y amables. «Ir a Dios por María -confiesa Neubert- es ejercitar un acto de humildad. Un sabio que sigue, en su misal, el oficio litúrgico, puede ser un cristiano muy humilde, pero puede también no ser más que un diletante, lleno de sí mismo. En cambio, un sabio que desgrana su rosario ante una estatua de la Virgen es de seguro un alma humilde».
MEDITACION
Cuando el pobre nada tiene y aún reparte,
cuando un hombre pasa sed y agua nos da.
Cuando el débil a su hermano fortalece,
va Dios mismo en nuestro mismo caminar.
Cuando un hombre sufre y logra su consuelo.
Cuando espera y no se cansa de esperar.
Cuando amamos aunque el odio nos rodea,
va Dios mismo en nuestro mismo caminar.
Cuando crece la alegría y nos inunda,
cuando dicen nuestros labios la verdad,
cuando amamos el sentir de los sencillos,
va Dios mismo en nuestro mismo caminar.
Cuando abunda el bien y llena los hogares,
cuando un hombre donde hay guerra pone paz,
cuando hermano le llamamos al extraño,
va Dios mismo en nuestro mismo caminar.
Artículo enviado por:Jesús Manuel Cedeira Costales
Fuente: www.mercaba.org
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