sábado, 30 de noviembre de 2019

5 DETALLES QUE TAL VEZ NO CONOCÍAS DE LA CORONA DE ADVIENTO





El domingo 1 de diciembre comenzará Adviento, un hermoso tiempo de preparación para la Navidad donde cada domingo se enciende una vela como signo de vigilia.

A continuación, presentamos cinco cosas que todo cristiano debe saber sobre la característica Corona de Adviento.


1. Tiene un origen pagano

La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para pedirle al dios sol que regresara con su luz y calor.

Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas y les enseñaron que debían aprovechar esta Corona de Adviento como medio para esperar a Cristo, celebrar su natividad y rogarle que infunda su luz en sus almas.


2. Su forma circular es signo del amor de Dios

El círculo es una figura geométrica que no tiene ni principio ni fin. La Corona de Adviento recuerda que Dios tampoco tiene principio ni fin, por lo que refleja su unidad y eternidad. Es señal del amor que se debe tener hacia el Señor y al prójimo, que debe renovarse constantemente y nunca detenerse.


3. Las ramas verdes representan al Cristo vivo

El color verde representa la esperanza y la vida. En la corona de adviento nos recuerda que Cristo está vivo entre nosotros y la vida de gracia, el crecimiento espiritual y la esperanza que debemos cultivar durante Adviento. 

El anhelo más importante debe ser el llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre, así como el árbol y sus ramas.


4. Las cuatro velas representan cada domingo de Adviento

Las cuatro velas de la Corona de Adviento se van prendiendo semana a semana, en los cuatro domingos de adviento y con una oración especial.

Las velas permiten reflexionar la oscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo, como las velas de la Corona.

Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se van iluminando cada vez más con la cercana llegada de Cristo al mundo.


5. Una de las velas es rosada

La Corona de Adviento tiene tres velas moradas y una rosada que se enciende el tercer domingo de Adviento. 

El color morado representa el espíritu de vigilia, penitencia y sacrificio que debemos tener para prepararnos adecuadamente para la llegada de Cristo.  Mientras que la rosada representa el gozo que sentimos ante la cercanía del nacimiento del Señor.

En algunos lugares, todas las velas de la Corona se sustituyen por velas rojas y en la Noche de Navidad, en el centro, se coloca una vela blanca o sirio simbolizando a Cristo como centro de todo cuanto existe.


Algunas sugerencias para vivir Adviento:

a) Arma, decora y motiva a los niños a vivir el Adviento explicándoles la tradición de la Corona de Adviento y su significado.

b) Colócala en un sitio especial del hogar, de preferencia en un lugar fijo donde la puedan ver los miembros de la familia para recordar la venida de Jesús y la importancia de prepararse para la Navidad.

c) Puedes distribuir entre los miembros de la familia la preparación de cada liturgia para que todos participen y se sientan involucrados. Algunas acciones son: Arreglar y limpiar el lugar donde se ubicará la Corona antes de comenzar la liturgia, encender y apagar las velas, dirigir el canto o poner algún villancico, dirigir las oraciones y leer las lecturas.




Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales.


Fuente: ACI Prensa.


EL CULTO A LAS IMÁGENES




 Hablar o hacer referencia a la Cofradía es hacerlo, ante todo, de sus Imágenes Titulares puesto que, además de conformar uno de los principales ejes de la vida de la Cofradía y una de sus razones de ser, cumplen una función catequética de primer orden.

Las imágenes sagradas constituyen en la liturgia católica un preciado símbolo, una idealización de lo sagrado, una ayuda para visualizar el misterio, para hacerlo plásticamente tangible. Como señalaba el pontífice Juan XXIII, en ellas «los valores espirituales se hacen como visibles, más acomodados a la mentalidad humana, que quiere ver y palpar» [1].

En nuestro caso concreto, la veneración se materializa hacia uno de los Misterios de la Pasión de Nuestro Señor, así como una advocación concreta de la Santísima Virgen
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El culto a las imágenes.

La historia y legitimación del culto a las imágenes es algo que nace con la propia Iglesia. 

Los Santos Padres encontraron en el misterio de Cristo Verbo encarnado, «imagen del Dios invisible» (Col 1,15), el fundamento del culto que se rinde a las imágenes sagradas: «ha sido la santa encarnación del Hijo de Dios la que ha inaugurado una nueva economía de las imágenes».

Fue especialmente el Concilio de Nicea II en el 787, el que «siguiendo la doctrina divinamente inspirada de nuestros Santos Padres y la tradición de la Iglesia Católica», defendió con fuerza la veneración de las imágenes sagradas, tal y como demuestra las palabras del Papa Adriano I: «De manera que en todo el mundo en donde florece el cristianismo, las sagradas imágenes sean veneradas por los fieles; esto es, que a través de la figura visible, nuestras mentes sean arrebatadas espiritualmente hacia la invisible divinidad de su grandeza, según la carne que el Hijo de Dios se dignó a asumir para nuestra salvación, y adoremos a nuestro Redentor, que vive en el Cielo, y glorificándole en el Espíritu, le alabemos como está escrito: Dios es Espíritu, y admitiendo esto, adoremos espiritualmente su divinidad y no nos suceda que las imágenes, como algunas desatinan, las convirtamos en dioses; porque nuestro trabajo y el empeño que ponemos son para el amor de Dios y de los Santos, y así como la Sagrada Escritura conserva las imágenes para memoria de veneración, así también las tengamos nosotros, guardando, sin embargo, constantemente la pureza de nuestra fe» [2].

Siglos más tarde, el Decreto sobre las Sagradas Imágenes dictado en la sesión XXV del Concilio de Trento, refuerza el valor de las mismas: «no porque se crea haber en ellas divinidad o virtud alguna por la que merezcan el culto, o porque se les deba pedir alguna cosa, o que se haya de poner la confianza en las imágenes, como antiguamente hacían los gentiles, que fundaban su esperanza en los ídolos, sino porque el honor que se tributa a las imágenes se refiere a los prototipos que ellas representan, de tal manera que, por medio de las imágenes que besamos y en cuya presencia nos descubrimos y arrodillamos, adoramos a Jesucristo y veneramos a los santos cuyas semejanza ostentan, todo lo cual se halla sancionado por los decretos de los concilios, y en especial por los del segundo de Nicea contra los impugnadores de imágenes». [3]

La veneración de las imágenes, sean pinturas, esculturas, u otras representaciones, además de ser un hecho litúrgico significativo, constituyen un elemento relevante de la piedad popular. Sin embargo, tal y como recuerda el “Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia” [4], la veneración de las imágenes, si no se apoya en una concepción teológica adecuada, puede dar lugar a desviaciones, por lo que las imágenes son:

• Traducción iconográfica del mensaje evangélico, en el que imagen y palabra revelada se iluminan mutuamente; la tradición eclesial exige que las imágenes «estén de acuerdo con la letra del mensaje evangélico».

• Signos santos, que como todos los signos litúrgicos, tienen a Cristo como último referente; las imágenes de los Santos, de hecho, «representan a Cristo, que es glorificado en ellos».

• Memoria de los hermanos Santos «que continúan participando en la historia de la salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental».

• Ayuda en la oración: la contemplación de las imágenes sagradas facilita la súplica y mueve a dar gloria a Dios por los prodigios de gracia realizados en sus Santos.

• Estímulo para su imitación, porque «cuanto más frecuentemente se detienen los ojos en estas imágenes, tanto más se aviva y crece en quien lo contempla, el recuerdo y el deseo de los que allí están representados»; el fiel tiende a imprimir en su corazón lo que contempla con los ojos: una «imagen verdadera del hombre nuevo», transformado en Cristo mediante la acción del Espíritu y por la fidelidad a la propia vocación;

• Forma de catequesis, puesto que «a través de la historia de los misterios de nuestra redención, expresada en las pinturas y de otras maneras, el pueblo es instruido y confirmado en la fe, recibiendo los medios para recordar y meditar asiduamente los artículos de fe».
 
Por lo tanto, es necesario, sobre todo, que los fieles adviertan que el culto cristiano de las imágenes es algo que dice relación a otra realidad, teniendo siempre presente, como decía el Concilio de Trento, que la imagen no se venera por ella misma, sino por lo que representa.




El cofrade ante sus imágenes.

No es que la experiencia del cofrade ante su imagen sea superior a las de otras personas tales como místicos, que por su privilegiada facilidad de comunicación directa con la divinidad no necesita de intermediarios, o intelectuales, que ven la imagen como un objeto erudito, con cierto valor artístico o histórico. Desde luego, lo que sí es cierto es que para el cofrade tiene unos ingredientes exclusivos que constituyen un referente de su práctica religiosa y que, además, contribuyen a hacer más humana y entrañable la condición de la propia persona: ante ellas acude en caso de enfermedad o necesidad, frecuenta su visita para orar o meditar en su presencia; las imágenes presiden el hogar y raro es encontrar el cofrade que no lleve una estampa de su Cristo o su Virgen (con el uso del posesivo incluido).

Pero además, el cofrade también ve reflejadas en ellas multitud de momentos de su propia vida como cuando salió por vez primera acompañándolas por las calles de la ciudad, o recordando a ese familiar querido ya fallecido que pudo transmitirle la devoción por ellas y la pasión por la Cofradía, o ese hermano de la Cofradía que en su enfermedad o mientras convalecía en un hospital fijó en su cama una foto de su titular.

Notas de Referencia:

[1] Juan XXIII: “Discurso a la IX Semana de Arte Sacro”, de 28 de octubre de 1961.

[2] “Sacrorum conciliorum nova et amplissima collectio”. C 1056-172. Recogido entre los documentos eclesiásticos sobre arte por J. Plazaola, S.I., “El Arte Sacro actual” (BAC, Madrdid 1964, pág. 507).

[3] “Conciliorum Oecumenicorum Decreta”, Centro di documentaciones, Istituto per le Scienze Religiose, Bologna, 1962. Recogido por J. Plazaola, S.I., Ob. cit, pág. 546.

[4] Reproducción textual extraída del “Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia” de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (Sede Vaticana, 2002, cap. 238-244).
 

Artículo enviado por:Jesús Manuel Cedeira Costales.

Fuente: Texto "El culto a las Imágenes" creado por David Beneded Blázquez para www.jesusdelahumillacion.org

viernes, 29 de noviembre de 2019

LA DEDICACIÓN DE UNA IGLESIA




Cuando se construye un templo, un edificio para congregar al pueblo de Dios y celebrar los sagrados misterios, debe dedicarse con una solemne celebración. Puede dedicarse una iglesia en la que se celebran habitualmente los sagrados misterios si en éstas el altar no está aún dedicado, o si se trata d un edificio que ha cambiado ya sea en su construcción material (por ejemplo, si la iglesia fue radicalmente restaurada), o bien en su estado jurídico (fue elevada a grado de parroquia) (CE 916).


Cuando se dedica una iglesia, todo lo que se encuentra en ella (fuente bautismal, cruces, imágenes, campanas, estaciones del Vía Crucis, etc.) queda bendecido con la dedicación (CE 864).


La iglesia que se dedica debe tener un titular, que puede ser la Santísima Trinidad, nuestro Señor Jesucristo (bajo la invocación de un misterio de su vida o de un nombre ya introducido en la Liturgia), el Espíritu Santo, la Bienaventurada Virgen María (bajo una de las advocaciones admitidas en la Liturgia), los santos Ángeles, o un santo que figure en el Martirologio Romano. Puede ser titular un beato con indulto de la Sede Apostólica (CE 865). 

Nada más puede tener un titular, salvo que se trate de santos inscritos conjuntamente en el Calendario (Pedro y Pablo, apóstoles, por ejemplo).


La iglesia debe ser dedicada por el obispo de la diócesis en donde se encuentra. Sin embargo, puede encargarle que la dedique a otro obispo o a un presbítero (CE 867).


Puede dedicarse una iglesia cualquier día salvo en el Triduo Pascual, en la Natividad del Señor, en la Ascensión, el Domingo de Pentecostés, el Miércoles de Ceniza, en las ferias de Semana Santa y en la Conmemoración de los Fieles Difuntos (CE 868).


En la celebración se emplea el formulario ritual propio y las lecturas propias, y se usan vestiduras litúrgicas blancas o festivas (CE 869 y 875).


Preparativos 


Es conveniente que se coloquen reliquias de mártires u otros satos debajo del altar. Sin embargo, no es obligatorio (CE 866). Las reliquias se introducen en un cofre, junto con una copia del acta de dedicación de la iglesia.


También conviene conservar la antigua costumbre de colocar cruces de piedra o de bronce en los muros de la iglesia. También pueden esculpirse en los muros. Estas deben ser cuatro o doce. Se colocan a una altura conveniente y, debajo de cada una se colocará un soporte en el cual se fijará un pequeño candelero con su cirio (CE 874)


Antes de la Misa, el altar debe de estar desnudo: sin manteles, candeleros y cruz.


Las luces de la iglesia no han de estar totalmente encendidas, pues la iluminación total del templo es parte del rito.


Si se ingresará a la iglesia tras una procesión o solemnemente, deben de cerrarse las puertas antes de empezar.


Entrada a la iglesia


La primera forma de ingresar a la iglesia presupone acercarse a ésta procesionalmente. En este caso, el pueblo se reúne en una iglesia vecina o en otro lugar (CE 880). A ese lugar llega el obispo, los concelebrantes y los ministros. Al llegar, el obispo, dejada la mitra, dice “En el nombre del padre…” y saluda al pueblo. Luego, hace una monición y se inicia la procesión hacia la iglesia que va a dedicarse (CE 881).


Hasta delante de la procesión no camina el turiferario. Va la cruz procesional, como de costumbre, pero no es acompañada por velas. Luego, los ministros. Tras ellos caminan diáconos o presbíteros con las reliquias que han de colocarse en el altar. A ellos los pueden rodear fieles o ministros con antorchas o velas. Después caminan los diáconos y presbíteros. Luego, el obispo que va con mitra y báculo. Finalmente caminan los fieles (CE 882).


Mientras avanza la procesión se canta el salmo 121. Al llegar a la puerta de la iglesia todos se detienen.






Si no puede hacerse la procesión, se hace una entrada solemne. Los fieles se reúnen en la puerta de la iglesia (CE 886). A este lugar llega el obispo con los presbíteros, diáconos y ministros y, dejada la mitra, dice “En el nombre del Padre…” y saluda al pueblo.


Al llegar la procesión a la puerta, o después de que el obispo saludó ahí a los presentes si no hubo procesión, un representante de quienes edificaron la iglesia (fieles, donantes, obreros u arquitectos), le entregan simbólicamente el edificio al obispo. Eso puede hacerse mediante la entrega de las escrituras, las llaves, los planos o el libro de obra (CE 883). 

Esta persona puede hacer una explicación de la obra en esos momentos.


Luego, el obispo le pide al párroco o al rector que abra la puerta. Una vez que lo hizo, el obispo invita a todos a entrar diciendo “Entrad por las puertas del Señor”. Entonces, en el mismo orden en caminó la procesión, todos ingresan mientras se canta el salmo 23 (CE 884).




Si no puede hacerse ni la procesión ni la entrada solemne, el pueblo se reúne en la iglesia, y el obispo, los concelebrantes, los diáconos y los ministros ingresan procesionalmente, y se dirigen al presbiterio, en el orden habitual, pero sin llevar ciriales ni incienso. No obstante, pueden llevarse velas para acompañar las reliquias del santo (CE 890).


Esta forma de ingreso se hará, habitualmente, cuando se dedique una iglesia en la que ya se celebran los sagrados misterios, porque carece de simbolismo el abrir las puertas. Sin embargo, si se trata de una iglesia que estuvo cerrada por largo tiempo y que ahora se abre de nuevo para las celebraciones sagradas, se puede realizar este rito, puesto que en esta ocasión conserva su fuerza y sentido (CE 917).


Hayan ingresados todos, o únicamente el obispo, los presbíteros y los diáconos, los clérigos no besan el altar, sino que se dirige directamente a la sede y a sus lugares, respectivamente. Las reliquias se colocan en un lugar adecuado del presbiterio, entre velas.


Si no se hizo la procesión ni la entrada solemne, el obispo, desde la sede, dejados el báculo y la mitra, inicia la Misa del modo habitual y saluda al pueblo. Luego, algún representante de quienes edificaron la iglesia hace la entrega de la edificación, como se dijo anteriormente (CE 891).


Cuando se dedica una iglesia en la que ya se celebran los sagrados misterios esta entrega se omite o se adapta, de acuerdo a las circunstancias. Por ejemplo, si se trata de una iglesia antigua que no ha cambiado su estructura, se omite; si es recién edificada, se realiza; si se trata de una iglesia antigua, pero totalmente restaurada, se adapta (CE 917).


Bendición y aspersión del agua. 


Concluido lo anterior, los ministros acercan al obispo un recipiente con agua. El obispo invita a todos a orar. Tras unos momentos de silencio, bendice el agua (CE 892).


Luego el obispo acompañado por los diáconos asperja con el agua bendecida al pueblo y los muros de la iglesia. Finalmente, asperja el altar. Mientras tanto, se canta la antífona “He visto agua” o “Cuando manifieste mi santidad”, si es Cuaresma (CE 893).






Cuando se dedica una iglesia en la que ya se celebran los sagrados misterios, se omite el rito de asperjar con agua bendita los muros, porque tiene una índole lustral (CE 917).


Terminada la aspersión, el Obispo regresa a sede y dice la oración “Dios, Padre de misericordia”. Luego se canta el Gloria y se reza la oración colecta (CE 894).




Liturgia de la Palabra 


Tras la colecta, todos se sientan. El obispo recibe la mitra.


En ese momento, dos lectores y un salmista se acercan al obispo. Uno de los lectores lleva el leccionario y se lo entrega al obispo, quien lo toma y lo muestra al pueblo diciendo “Resuene siempre”. Luego, el obispo devuelve el leccionario al lector quien, con el otro lector y el salmista se dirigen al ambón llevado el leccionario en alto (CC 895).


Esto se omite, sin embargo, cuando se dedica una iglesia en la que ya se celebran los sagrados misterios, y los lectores y salmista se acercan de la forma acostumbrada (CE 917).


Se leen las lecturas del modo habitual. Sin embargo, para la proclamación del Evangelio no se llevan ciriales ni el incensario, como se hace habitualmente (CE 896).


Tras el Evangelio el obispo hace la homilía. Al finalizar, se canta o dice el Símbolo (CE 898), para lo cual el obispo deja la mitra como de costumbre.


Oración de dedicación 


La oración universal se omite, pues en su lugar se cantan las letanías de los santos, que son introducidas por el obispo. Mientras se entonan, todos se arrodillan, salvo en el tiempo de Pascua y los domingos, en que permanecen de pie. Para ello, el diácono invita a arrodillarse y a levantarse, si es el caso (CE 899).


Al concluir las letanías, el obispo recibe la mitra. Un diácono se acerca al obispo con las reliquias, quien las coloca sobre el sepulcro del altar mientras se canta la antífona “Santos de Dios que habéis recibido un lugar bajo el altar”. Una vez que depositó las reliquias, el obispo regresa a la sede. Un albañil entonces cierra el sepulcro (CE 900).






Cerrado el sepulcro, el obispo deja la mitra y con las manos extendidas reza la oración de dedicación en voz alta (CE 901).




Unciones 


Después de la oración de dedicación, el obispo se quita la casulla, toma un gremial, recibe la mitra y se acerca al altar. Ahí un diácono le acerca el recipiente con el crisma y procede a ungir el altar (CE 902). Para hacer esta unción dice en voz alta “El Señor santifique con su poder”, tras lo cual vierte el crisma en el centro de la mesa y en sus cuatro ángulos (CE 903).








Una vez que ungió el altar, el obispo unge los muros de la iglesia, aunque puede pedirle a algunos de los presbíteros que lo auxilien a realizar estas unciones (CE 902). Esta unción se hace en cuatro o doce cruces distribuidas en la nave. Mientras se hacen estas unciones se canta la antífona “Esta es la morada” con el salmo 83.


Terminada la unción, el obispo regresa a la sede. Ahí los ministros le acercan lo necesario para que se lave las manos. Los presbíteros que, en su caso, lo auxiliaron, también se lavan las manos. Una vez lavadas las manos, el obispo deja la mitra y el gremial, y se pone la casulla (CE 904).








Incensación 


Después, un acólito coloca sobre el altar un brasero. Cuando está colocado, se acercan al altar el obispo, un diácono, el turiferario y un acólito que lleva la naveta. El diácono recibe la naveta y se la presenta al obispo, quien coloca incienso en el brasero mientras dice “Suba, Señor, nuestra oración”. Luego, el turiferario presenta el turíbulo, y el obispo coloca incienso. El diácono devuelve la naveta al acólito, toma en turíbulo y se lo entrega al obispo. El obispo, entonces, inciensa el altar (CE 905).






Al terminar del incensar, el obispo devuelve el turibulo al diácono, regresa a la cátedra y recibe la mitra. Ya ahí, el diácono lo inciensa (Ce 905).


Después, unos diáconos o acólitos inciensan al pueblo y los muros de la iglesia. Pueden emplearse otros turíbulos además del usado por el obispo. En este caso, el obispo es quien les pone el incienso antes de incensar el altar. Mientras inciensan, se canta la antífona “El Ángel se puso de pie” con el salmo 137 (CE 905).





Iluminación 


Terminada la incensación, los acólitos secan la mesa del altar con toallas. Luego, lo cubren con un mantel. Si es necesario, debajo del mantel colocan un lienzo impermeable. Luego, lo adornan con flores y colocan encima los cirios y la cruz, si ese será su lugar (CE 207).


Ya preparado el altar, un acólito o un diácono le entrega una vela encendida al obispo. Éste, a su vez, se lo entrega a un diácono mientras le dice “La luz de Cristo”. El obispo se siente y el diacono enciende las velas del altar. En ese momento se encienden todas las luces del templo, y se encienden, también, las velas colocadas en los lugares en donde se hicieron las unciones. Mientras tanto se canta la antífona “Llega tu luz” (CE 907).


Liturgia eucarística


Ya iluminada la iglesia, se prepara el altar como de costumbre y se le presentan los dones al obispo. Cuando todo está preparado, el obispo deja la mitra y se dirige al altar, y lo besa. Una vez que hizo la presentación del pan y del vino, y rezada la oración “Con espíritu humilde”, se omite la incensación (CE 908).


Inauguración de la Capilla del Santísimo Sacramento 


Si no se inaugura la capilla del Santísimo Sacramento, terminada la Comunión de los fieles, el Obispo dice la oración después de la comunión e imparte la bendición. Pero si se inaugura, la Misa prosigue como de costumbre hasta terminar la Comunión. En ese momento, se deja el copón con el Santísimo sobre el altar. El obispo va a la cátedra y, sin solideo, dice la oración después de la Comunión (CE 910).


Rezada esta oración, el obispo vuelve al altar, coloca incienso en el turíbulo, lo bendice, se arrodilla e inciensa al Santísimo. Luego, recibe el velo humeral, toma el copón, e inicia una procesión hacia la capilla del Santísimo.


Precede el crucífero, acompañado por acólitos que llevan candeleros con cirios encendidos; sigue el clero, los diáconos, los presbíteros concelebrantes, el ministro que lleva el báculo del obispo, dos turiferarios con incensarios humeantes, el obispo, que lleva el Sacramento, un poco detrás dos diáconos que lo asisten, finalmente los ministros del libro y de la mitra. Todos llevan velas encendidas y luminarias cerca del Sacramento (CE 911).






Cuando la procesión llega a la capilla, el obispo entrega el copón al diácono, quien lo coloca sobre el altar, o bien en el sagrario, cuya puerta permanece abierta. El obispo inciensa el Santísimo Sacramento de rodillas y ora unos momentos en silencio. Después de este momento de oración silenciosa, el diácono pone el copón en el sagrario o cierra las puertas del mismo. En ese momento, un acólito enciende la lamparilla que arderá delante del Santísimo como señal de su presencia (CE 912).


Si la capilla donde se reserva el Santísimo Sacramento puede ser vista fácilmente por los fieles, el obispo imparte inmediatamente la bendición final de la Misa. En caso contrario, la procesión regresa al presbiterio por el camino más corto y el obispo imparte la bendición o desde el altar, o desde la cátedra (CE 913).


El diácono despide al pueblo como de costumbre.


Debe de redactarse un acta de la dedicación de la iglesia. Se elaboran dos copias (una para el archivo de la iglesia y otro para el archivo diocesano), y se elabora una tercera copia si se colocan reliquias en el altar, que se guarda en el cofre de éstas. El acta debe de mencionarse la fecha de dedicación, el obispo que la dedicó, el titular de la iglesia, y el nombre de los santos cuyas reliquias se colocaron, en su caso. Cada una debe de estar firmada por el obispo, el rector de la iglesia y delegados de la comunidad local (CE 877).


Además, en un sitio apropiado de la iglesia debe colocarse una inscripción que mencione la fecha de la dedicación, el nombre del obispo que la dedicó y del titular de la iglesia (CE 877).



Artículo enviado por:Jesús Manuel Cedeira Costales
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Fuente: liturgiapapal.org

¿CÓMO PREPARO MI CORAZÓN PARA ESTE ADVIENTO? 3 SENCILLAS Y PRÁCTICAS IDEAS




La Navidad, así como la Pascua, son fechas litúrgicas muy importantes para la Iglesia. 

Es por esto que se dedican varias semanas a la preparación espiritual, para disponer nuestro corazón y acoger tanta gracia y bendiciones que el Señor quiere derramar en nuestras vidas.

El adviento —que empieza este próximo domingo, 1 de diciembre— es el tiempo para limpiar nuestra casa interior. 

Me refiero a nuestro corazón. Solemos escuchar muchísimos consejos para vivir adecuadamente estas semanas tan especiales, pero nos entran por un oído y nos salen por el otro.

Presenta tres ideas sencillas, claras y muy concretas para vivir estas semanas previas a la Navidad. 

Para disponer nuestro corazón y preparar con amor y esperanza el nacimiento de nuestro Salvador.

Confesión, paz y caridad

Menciono resumidamente las tres ideas, En primer lugar, la confesión, para tener nuestro corazón limpio.

 Es Cristo quien quiere nacer en nuestras vidas. ¡Qué mejor que preparar nuestros espíritus para recibirlo con un corazón bien dispuesto!

Una vez que tenemos nuestra alma limpia, esforcémonos por traer paz y armonía a nuestro hogar. 

Procuremos que en nuestra familia, en la relación conyugal, con los hijos y entre los hijos, reine la paz que tanto desea nuestro Señor.

Finalmente, la vivencia de la caridad. 

No necesariamente con algo material (aunque también es muy buena idea). 

Podemos acompañar al enfermo, visitar a alguien que necesita ser escuchado o consolar al que está triste. 

Recuerda que para esta época cualquier obra de misericordia corporal o espiritual, es más que bienvenida.

El Adviento y la oportunidad de ayudar a otros

Estos tiempos, suelen ser muy difíciles para los que viven solos, pues recuerdan con mucha fuerza a sus seres queridos que ya no están. 

Para muchos la Navidad puede traer más nostalgia que alegría, por eso es importante que siempre estés dispuesto a ayudar a otros.

Todos, seguramente, tenemos a algún conocido, quizás un buen amigo, que necesita nuestra compañía y un hombro dónde reclinar su cabeza y poder llorar. 

Que este Adviento sea una oportunidad no solo para limpiar y preparar nuestro corazón, sino para ayudar a otros a dirigir la mirada a Cristo.


Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales.

Fuente: Escrito de Pablo Perazzo.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

ADVIENTO: 9 FORMAS PARA VIVIR BIEN ESTE TIEMPO LITÚRGICO





Cuando falta poco tiempo para celebrar la Navidad, con las decoraciones y la compra de regalos, puede ser difícil, especialmente con los niños, mantener el Adviento como un tiempo sagrado de preparación, y es posible que al llegar el día litúrgico de Navidad, ya nos sintamos agotados por el ruido, las luces y el materialismo de la cultura moderna.

¿Cómo se puede calmar el corazón y centrarlo en el verdadero significado de este tiempo litúrgico, sin renunciar a la alegría de la auténtica anticipación? Este es un momento de expectativa que debería sentirse sagrado pero festivo. ¿Es eso posible?

Presentamos algunas ideas simples para vivir bien el Adviento en familia.



1. Tener las cosas a tiempo

Trata de tener la compra de regalos hecha antes del inicio del Adviento, limpiando la casa de catálogos y referencias a juguetes, lista de deseos o compras, para enfocarse en la preparación espiritual.



2. Buena música

Llenar la casa y el auto con música específica de Adviento que puede equilibrar las melodías navideñas que llenan las tiendas y las radios. Este tipo de música, que llena el alma y calma el corazón, también podría ser un regalo perfecto para un maestro católico.



3. Arma el pesebre

Coloca un pesebre vacío junto con un recipiente lleno de pedazos de paja o hilo amarillo. Cada vez que alguien de la familia haga una obra de caridad o un sacrificio, debe colocar una pieza en el pesebre. Para cuando llegue la Navidad, Jesús tendrá una cama blanda hecha de paja o hilo que representan acciones hechas con amor.

En Navidad, el primer regalo que se puede abrir puede ser la imagen del Niño Jesús, y el miembro más pequeño de la familia puede colocarla en el lugar que en conjunto han preparado.



4. La corona de Adviento

Comienza el tiempo litúrgico bendiciendo la corona de Adviento en alguna parroquia o colegio, organizando la celebración o en familia con la siguiente oración:

Señor Dios

Bendice con tu poder nuestra Corona de Adviento para que, al encenderla,

despierte en nosotros el deseo de esperar la venida de Cristo

practicando las buenas obras, y para que así,

cuando Él llegue, seamos admitidos al Reino de los Cielos.

Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Todos: Amén.



5. Lectura del Evangelio

Lea las lecturas diarias o el Evangelio en la cena. Demuestra cómo las lecturas nos llevan al nacimiento de Cristo con temas de conversión, vigilancia y preparación, y señala cómo la tercera semana, comenzando con el domingo de Gaudete, nos recuerda la alegría mientras enciende la vela de color rosa.



6. Cantar

Canta un verso de “O Ven, O Ven, Emmanuel” cada noche antes de la comida, mientras se enciende la vela de Adviento durante la oración. Si tiene miedo que suceda un accidente por el uso de fuego y la presencia de niños pequeños, puede optar por usar velas con luces LED.



7. Calendario de Adviento

En esta actividad se trata de que los niños hagan ellos mismos un calendario de Adviento en donde marquen los días del Adviento y escriban sus propios propósitos a cumplir. Pueden dibujar en la cartulina el día de Navidad con la escena del nacimiento de Jesús. Los niños a diario revisarán los propósitos para ir preparando su corazón a la Navidad.



8. El árbol de Navidad

¿Ya tienes tu árbol armado?, algunas familias esperan hasta el domingo de Gaudete o incluso más tarde para colocar las decoraciones navideñas.

En cambio, utiliza tradiciones divertidas para los niños para decorar la casa, como el “Árbol de Jesé”, tradición en la cual cada día de Adviento (o solo los cuatro domingos) se cuelga un ornamento especial al árbol de Navidad que represente una historia de la biblia, enseñando sobre el Antiguo Testamento y como este condujo al nacimiento de Cristo.



9. Poco pero continuo

Los padres experimentados aconsejarían no asumir demasiadas tradiciones. Elige algunos que funcionen bien para su familia y sea fiel a ellos. La clave es la consistencia, la simplicidad y no sentir que ha fallado si no “lo hace todo”.

Recuerda: los niños apreciarán los tiempos juntos por encima de todo lo demás, y continuarán las tradiciones que fueron más importantes para su familia hasta la edad adulta. 




Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales. 


Fuente: Redacción ACI Prensa


lunes, 25 de noviembre de 2019

EL ADVIENTO TIEMPO LITÚRGICO QUE PREPARA LA NAVIDAD





Expectación penitente, piadosa y alegre


¿Qué es el Adviento y cuándo empieza? ¿Cómo y cuándo empieza a vivirse?


La venida del Hijo de Dios a la Tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos (…).


Al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida. (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 522 y 524).


Con el tiempo de Adviento, la Iglesia romana da comienzo al nuevo año litúrgico. El tiempo de Adviento gravita en torno a la celebración del misterio de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.








A PARTIR DEL SIGLO IV 


El origen y significado del Adviento es un tanto oscuro; en cualquier caso, el término adventus era ya conocido en la literatura cristiana de los primeros siglos de la vida de la Iglesia, y probablemente se acuñó a partir de su uso en la lengua latina clásica.


La traducción latina Vulgata de la Sagrada Escritura (durante el siglo IV) designó con el término adventus la venida del Hijo de Dios al mundo, en su doble dimensión de advenimiento en la carne –encarnación- y advenimiento glorioso –parusía-.


La tensión entre uno y otro significado se encuentra a lo largo de toda la historia del tiempo litúrgico del Adviento, si bien el sentido de “venida” cambió a “momento de preparación para la venida”.

Quizá la misma amplitud de las realidades contenidas en el término dificultaba la organización de un tiempo determinado en el que apareciera la riqueza de su mensaje.

De hecho, el ciclo de adviento fue uno de los últimos elementos que entraron a formar parte del conjunto del año litúrgico (siglo V).


Parece ser que desde fines del siglo IV y durante el siglo V, cuando las fiestas de Navidad y Epifanía iban cobrando una importancia cada vez mayor, en las iglesias de Hispania y de las Galias particularmente, se empezaba a sentir el deseo de consagrar unos días a la preparación de esas celebraciones.


Dejando de lado un texto ambiguo atribuido a San Hilario de Poitiers, la primera mención de la puesta en práctica de ese deseo la encontramos en el canon 4 del Concilio de Zaragoza del año 380: “Durante veintiún días, a partir de las XVI calendas de enero (17 de diciembre), no está permitido a nadie ausentarse de la iglesia, sino que debe acudir a ella cotidianamente” (H. Bruns, Canones Apostolorum et Conciliorum II, Berlín, 1893, 13-14). La frecuencia al culto durante los días que corresponden, en parte, a nuestro tiempo de adviento actual, se prescribe, pues, de una forma imprecisa.








UN TIEMPO DE PENITENCIA 


Más tarde, los concilios de Tours (año 563) y de Macon (año 581) nos hablarán, ya concretamente, de unas observancias existentes “desde antiguo” para antes de Navidad. En efecto, casi a un siglo de distancia, San Gregorio de Tours (fallecido en el año 490) nos da testimonio de las mismas con una simple referencia.


Leemos en el canon 17 del Concilio de Tours que los monjes “deben ayunar durante el mes de diciembre, hasta Navidad, todos los días”.


El canon 9 del Concilio de Macon ordena a los clérigos, y probablemente también a todos los fieles, que “ayunen tres días por semana: el lunes, el miércoles y el viernes, desde San Martín hasta Navidad, y que celebren en esos días el Oficio Divino como se hace en Cuaresma(Mansi, IX, 796 y 933).


Aunque la interpretación histórica de estos textos es difícil, parece según ellos que en sus orígenes el tiempo de adviento se introdujo tomando un carácter penitencial, ascético, con una participación más asidua al culto.


Sin embargo, las primeras noticias acerca de la celebración del tiempo litúrgico del Adviento, se encuentran a mediados del siglo VI, en la iglesia de Roma.


Según parece, este Adviento romano comprendía al principio seis semanas, aunque muy pronto -durante el pontificado de Gregorio Magno (590-604) se redujo a las cuatro actuales.



UNA DOBLE ESPERA


El significado teológico original del Adviento se ha prestado a distintas interpretaciones. Algunos autores consideran que, bajo el influjo de la predicación de Pedro Crisólogo (siglo V), la liturgia de Adviento preparaba para la celebración litúrgica anual del nacimiento de Cristo y sólo más tarde –a partir de la consideración de consumación perfecta en su segunda venida- su significado se desdoblaría hasta incluir también la espera gozosa de la Parusía del Señor.


No faltan, sin embargo, partidarios de la tesis contraria: el Adviento habría comenzado como un tiempo dirigido hacia la Parusía, esto es, el día en que el Redentor coronará definitivamente su obra. En cualquier caso, la superposición ha llegado a ser tan íntima que resulta difícil atribuir uno u otro aspecto a las lecturas escriturísticas o a los textos eucológicos de este tiempo litúrgico.


El Calendario Romano actualmente en vigor conserva la doble dimensión teológica que constituye al Adviento en un tiempo de esperanza gozosa:


El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre”(Calendario Romano, Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario, 39).



Artículo enviado por:Jesús Manuel Cedeira Costales.

Fuente:www.primeroscristianos.com


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