Cuando se dedica una iglesia, todo lo que se encuentra en ella (fuente bautismal, cruces, imágenes, campanas, estaciones del Vía Crucis, etc.) queda bendecido con la dedicación (CE 864).
La iglesia que se dedica debe tener un titular, que puede ser la Santísima Trinidad, nuestro Señor Jesucristo (bajo la invocación de un misterio de su vida o de un nombre ya introducido en la Liturgia), el Espíritu Santo, la Bienaventurada Virgen María (bajo una de las advocaciones admitidas en la Liturgia), los santos Ángeles, o un santo que figure en el Martirologio Romano. Puede ser titular un beato con indulto de la Sede Apostólica (CE 865).
Nada más puede tener un titular, salvo que se trate de santos inscritos conjuntamente en el Calendario (Pedro y Pablo, apóstoles, por ejemplo).
La iglesia debe ser dedicada por el obispo de la diócesis en donde se encuentra. Sin embargo, puede encargarle que la dedique a otro obispo o a un presbítero (CE 867).
Puede dedicarse una iglesia cualquier día salvo en el Triduo Pascual, en la Natividad del Señor, en la Ascensión, el Domingo de Pentecostés, el Miércoles de Ceniza, en las ferias de Semana Santa y en la Conmemoración de los Fieles Difuntos (CE 868).
En la celebración se emplea el formulario ritual propio y las lecturas propias, y se usan vestiduras litúrgicas blancas o festivas (CE 869 y 875).
Preparativos
Es conveniente que se coloquen reliquias de mártires u otros satos debajo del altar. Sin embargo, no es obligatorio (CE 866). Las reliquias se introducen en un cofre, junto con una copia del acta de dedicación de la iglesia.
También conviene conservar la antigua costumbre de colocar cruces de piedra o de bronce en los muros de la iglesia. También pueden esculpirse en los muros. Estas deben ser cuatro o doce. Se colocan a una altura conveniente y, debajo de cada una se colocará un soporte en el cual se fijará un pequeño candelero con su cirio (CE 874)
Antes de la Misa, el altar debe de estar desnudo: sin manteles, candeleros y cruz.
Las luces de la iglesia no han de estar totalmente encendidas, pues la iluminación total del templo es parte del rito.
Si se ingresará a la iglesia tras una procesión o solemnemente, deben de cerrarse las puertas antes de empezar.
Entrada a la iglesia
La primera forma de ingresar a la iglesia presupone acercarse a ésta procesionalmente. En este caso, el pueblo se reúne en una iglesia vecina o en otro lugar (CE 880). A ese lugar llega el obispo, los concelebrantes y los ministros. Al llegar, el obispo, dejada la mitra, dice “En el nombre del padre…” y saluda al pueblo. Luego, hace una monición y se inicia la procesión hacia la iglesia que va a dedicarse (CE 881).
Hasta delante de la procesión no camina el turiferario. Va la cruz procesional, como de costumbre, pero no es acompañada por velas. Luego, los ministros. Tras ellos caminan diáconos o presbíteros con las reliquias que han de colocarse en el altar. A ellos los pueden rodear fieles o ministros con antorchas o velas. Después caminan los diáconos y presbíteros. Luego, el obispo que va con mitra y báculo. Finalmente caminan los fieles (CE 882).
Mientras avanza la procesión se canta el salmo 121. Al llegar a la puerta de la iglesia todos se detienen.
Si no puede hacerse la procesión, se hace una entrada solemne. Los fieles se reúnen en la puerta de la iglesia (CE 886). A este lugar llega el obispo con los presbíteros, diáconos y ministros y, dejada la mitra, dice “En el nombre del Padre…” y saluda al pueblo.
Al llegar la procesión a la puerta, o después de que el obispo saludó ahí a los presentes si no hubo procesión, un representante de quienes edificaron la iglesia (fieles, donantes, obreros u arquitectos), le entregan simbólicamente el edificio al obispo. Eso puede hacerse mediante la entrega de las escrituras, las llaves, los planos o el libro de obra (CE 883).
Esta persona puede hacer una explicación de la obra en esos momentos.
Luego, el obispo le pide al párroco o al rector que abra la puerta. Una vez que lo hizo, el obispo invita a todos a entrar diciendo “Entrad por las puertas del Señor”. Entonces, en el mismo orden en caminó la procesión, todos ingresan mientras se canta el salmo 23 (CE 884).
Si no puede hacerse ni la procesión ni la entrada solemne, el pueblo se reúne en la iglesia, y el obispo, los concelebrantes, los diáconos y los ministros ingresan procesionalmente, y se dirigen al presbiterio, en el orden habitual, pero sin llevar ciriales ni incienso. No obstante, pueden llevarse velas para acompañar las reliquias del santo (CE 890).
Esta forma de ingreso se hará, habitualmente, cuando se dedique una iglesia en la que ya se celebran los sagrados misterios, porque carece de simbolismo el abrir las puertas. Sin embargo, si se trata de una iglesia que estuvo cerrada por largo tiempo y que ahora se abre de nuevo para las celebraciones sagradas, se puede realizar este rito, puesto que en esta ocasión conserva su fuerza y sentido (CE 917).
Hayan ingresados todos, o únicamente el obispo, los presbíteros y los diáconos, los clérigos no besan el altar, sino que se dirige directamente a la sede y a sus lugares, respectivamente. Las reliquias se colocan en un lugar adecuado del presbiterio, entre velas.
Si no se hizo la procesión ni la entrada solemne, el obispo, desde la sede, dejados el báculo y la mitra, inicia la Misa del modo habitual y saluda al pueblo. Luego, algún representante de quienes edificaron la iglesia hace la entrega de la edificación, como se dijo anteriormente (CE 891).
Cuando se dedica una iglesia en la que ya se celebran los sagrados misterios esta entrega se omite o se adapta, de acuerdo a las circunstancias. Por ejemplo, si se trata de una iglesia antigua que no ha cambiado su estructura, se omite; si es recién edificada, se realiza; si se trata de una iglesia antigua, pero totalmente restaurada, se adapta (CE 917).
Bendición y aspersión del agua.
Concluido lo anterior, los ministros acercan al obispo un recipiente con agua. El obispo invita a todos a orar. Tras unos momentos de silencio, bendice el agua (CE 892).
Luego el obispo acompañado por los diáconos asperja con el agua bendecida al pueblo y los muros de la iglesia. Finalmente, asperja el altar. Mientras tanto, se canta la antífona “He visto agua” o “Cuando manifieste mi santidad”, si es Cuaresma (CE 893).
Cuando se dedica una iglesia en la que ya se celebran los sagrados misterios, se omite el rito de asperjar con agua bendita los muros, porque tiene una índole lustral (CE 917).
Terminada la aspersión, el Obispo regresa a sede y dice la oración “Dios, Padre de misericordia”. Luego se canta el Gloria y se reza la oración colecta (CE 894).
Liturgia de la Palabra
Tras la colecta, todos se sientan. El obispo recibe la mitra.
En ese momento, dos lectores y un salmista se acercan al obispo. Uno de los lectores lleva el leccionario y se lo entrega al obispo, quien lo toma y lo muestra al pueblo diciendo “Resuene siempre”. Luego, el obispo devuelve el leccionario al lector quien, con el otro lector y el salmista se dirigen al ambón llevado el leccionario en alto (CC 895).
Esto se omite, sin embargo, cuando se dedica una iglesia en la que ya se celebran los sagrados misterios, y los lectores y salmista se acercan de la forma acostumbrada (CE 917).
Se leen las lecturas del modo habitual. Sin embargo, para la proclamación del Evangelio no se llevan ciriales ni el incensario, como se hace habitualmente (CE 896).
Tras el Evangelio el obispo hace la homilía. Al finalizar, se canta o dice el Símbolo (CE 898), para lo cual el obispo deja la mitra como de costumbre.
Oración de dedicación
La oración universal se omite, pues en su lugar se cantan las letanías de los santos, que son introducidas por el obispo. Mientras se entonan, todos se arrodillan, salvo en el tiempo de Pascua y los domingos, en que permanecen de pie. Para ello, el diácono invita a arrodillarse y a levantarse, si es el caso (CE 899).
Al concluir las letanías, el obispo recibe la mitra. Un diácono se acerca al obispo con las reliquias, quien las coloca sobre el sepulcro del altar mientras se canta la antífona “Santos de Dios que habéis recibido un lugar bajo el altar”. Una vez que depositó las reliquias, el obispo regresa a la sede. Un albañil entonces cierra el sepulcro (CE 900).
Cerrado el sepulcro, el obispo deja la mitra y con las manos extendidas reza la oración de dedicación en voz alta (CE 901).
Unciones
Después de la oración de dedicación, el obispo se quita la casulla, toma un gremial, recibe la mitra y se acerca al altar. Ahí un diácono le acerca el recipiente con el crisma y procede a ungir el altar (CE 902). Para hacer esta unción dice en voz alta “El Señor santifique con su poder”, tras lo cual vierte el crisma en el centro de la mesa y en sus cuatro ángulos (CE 903).
Una vez que ungió el altar, el obispo unge los muros de la iglesia, aunque puede pedirle a algunos de los presbíteros que lo auxilien a realizar estas unciones (CE 902). Esta unción se hace en cuatro o doce cruces distribuidas en la nave. Mientras se hacen estas unciones se canta la antífona “Esta es la morada” con el salmo 83.
Terminada la unción, el obispo regresa a la sede. Ahí los ministros le acercan lo necesario para que se lave las manos. Los presbíteros que, en su caso, lo auxiliaron, también se lavan las manos. Una vez lavadas las manos, el obispo deja la mitra y el gremial, y se pone la casulla (CE 904).
Incensación
Después, un acólito coloca sobre el altar un brasero. Cuando está colocado, se acercan al altar el obispo, un diácono, el turiferario y un acólito que lleva la naveta. El diácono recibe la naveta y se la presenta al obispo, quien coloca incienso en el brasero mientras dice “Suba, Señor, nuestra oración”. Luego, el turiferario presenta el turíbulo, y el obispo coloca incienso. El diácono devuelve la naveta al acólito, toma en turíbulo y se lo entrega al obispo. El obispo, entonces, inciensa el altar (CE 905).
Al terminar del incensar, el obispo devuelve el turibulo al diácono, regresa a la cátedra y recibe la mitra. Ya ahí, el diácono lo inciensa (Ce 905).
Después, unos diáconos o acólitos inciensan al pueblo y los muros de la iglesia. Pueden emplearse otros turíbulos además del usado por el obispo. En este caso, el obispo es quien les pone el incienso antes de incensar el altar. Mientras inciensan, se canta la antífona “El Ángel se puso de pie” con el salmo 137 (CE 905).
Iluminación
Terminada la incensación, los acólitos secan la mesa del altar con toallas. Luego, lo cubren con un mantel. Si es necesario, debajo del mantel colocan un lienzo impermeable. Luego, lo adornan con flores y colocan encima los cirios y la cruz, si ese será su lugar (CE 207).
Ya preparado el altar, un acólito o un diácono le entrega una vela encendida al obispo. Éste, a su vez, se lo entrega a un diácono mientras le dice “La luz de Cristo”. El obispo se siente y el diacono enciende las velas del altar. En ese momento se encienden todas las luces del templo, y se encienden, también, las velas colocadas en los lugares en donde se hicieron las unciones. Mientras tanto se canta la antífona “Llega tu luz” (CE 907).
Liturgia eucarística
Ya iluminada la iglesia, se prepara el altar como de costumbre y se le presentan los dones al obispo. Cuando todo está preparado, el obispo deja la mitra y se dirige al altar, y lo besa. Una vez que hizo la presentación del pan y del vino, y rezada la oración “Con espíritu humilde”, se omite la incensación (CE 908).
Inauguración de la Capilla del Santísimo Sacramento
Si no se inaugura la capilla del Santísimo Sacramento, terminada la Comunión de los fieles, el Obispo dice la oración después de la comunión e imparte la bendición. Pero si se inaugura, la Misa prosigue como de costumbre hasta terminar la Comunión. En ese momento, se deja el copón con el Santísimo sobre el altar. El obispo va a la cátedra y, sin solideo, dice la oración después de la Comunión (CE 910).
Rezada esta oración, el obispo vuelve al altar, coloca incienso en el turíbulo, lo bendice, se arrodilla e inciensa al Santísimo. Luego, recibe el velo humeral, toma el copón, e inicia una procesión hacia la capilla del Santísimo.
Precede el crucífero, acompañado por acólitos que llevan candeleros con cirios encendidos; sigue el clero, los diáconos, los presbíteros concelebrantes, el ministro que lleva el báculo del obispo, dos turiferarios con incensarios humeantes, el obispo, que lleva el Sacramento, un poco detrás dos diáconos que lo asisten, finalmente los ministros del libro y de la mitra. Todos llevan velas encendidas y luminarias cerca del Sacramento (CE 911).
Cuando la procesión llega a la capilla, el obispo entrega el copón al diácono, quien lo coloca sobre el altar, o bien en el sagrario, cuya puerta permanece abierta. El obispo inciensa el Santísimo Sacramento de rodillas y ora unos momentos en silencio. Después de este momento de oración silenciosa, el diácono pone el copón en el sagrario o cierra las puertas del mismo. En ese momento, un acólito enciende la lamparilla que arderá delante del Santísimo como señal de su presencia (CE 912).
Si la capilla donde se reserva el Santísimo Sacramento puede ser vista fácilmente por los fieles, el obispo imparte inmediatamente la bendición final de la Misa. En caso contrario, la procesión regresa al presbiterio por el camino más corto y el obispo imparte la bendición o desde el altar, o desde la cátedra (CE 913).
El diácono despide al pueblo como de costumbre.
Debe de redactarse un acta de la dedicación de la iglesia. Se elaboran dos copias (una para el archivo de la iglesia y otro para el archivo diocesano), y se elabora una tercera copia si se colocan reliquias en el altar, que se guarda en el cofre de éstas. El acta debe de mencionarse la fecha de dedicación, el obispo que la dedicó, el titular de la iglesia, y el nombre de los santos cuyas reliquias se colocaron, en su caso. Cada una debe de estar firmada por el obispo, el rector de la iglesia y delegados de la comunidad local (CE 877).
Además, en un sitio apropiado de la iglesia debe colocarse una inscripción que mencione la fecha de la dedicación, el nombre del obispo que la dedicó y del titular de la iglesia (CE 877).
Artículo enviado por:Jesús Manuel Cedeira Costales
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Fuente: liturgiapapal.org
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