Hoy clausuramos el mes de mayo dedicado a la Virgen María. Todo, en estas semanas atravesadas por la Pascua, nos ha hablado de Ella. Mejor dicho, con María, hemos vivido más intensamente y con más fervor la alegría del Señor Resucitado. El orgullo y la satisfacción de María, es precisamente que vivamos con hondura la Pascua de Jesús, su Hijo.
Entre todas las flores que hemos recogido del jardín de mayo, María, es sin duda la mejor y la más valiosa:
Las flores se marchitan, María permanece siempre viva.
Las flores cambian de color, María siempre es la misma
Las flores crecen según y en donde, María surge en todas latitudes
Las flores se regalan según y a quién, María se ofrece a todos sin distinción.
Las flores esconden espinas, María es la delicadeza personificada
Las flores a veces esconden falsos secretos, María es un cheque en blanco para Dios
Ciertamente, María, es la flor de las flores. ¡Por algo, Dios, la quiso para El!
Muchos símbolos hemos ofrecido en este mes a María. Otros tantos cantos hemos entonado en su honor. Multitud de sentimientos han brotado desde lo más hondo de nuestras entrañas.
¿Qué le podemos ofrecer en este último día? ¿Qué podemos dejar, delante de Santa María, que sea original y nuevo a la vez?
No lo dudemos. Nos ofrezcamos nosotros. Hoy, en este último día de mayo, María se siente agasajada con los nombres y apellidos de todos y cada uno de nosotros. Con nuestras grandezas y pobrezas, riquezas y miserias, virtudes y defectos.
Un devoto se acercó a María y le preguntó; ¿qué puedo darte, María, que no tengas? Una voz le susurró: hace tiempo que espero que me des tu corazón.
Que la mejor ofrenda, en estas últimas horas de mayo, sea precisamente nuestra propia existencia. Nuestro propósito de seguir adelante conociendo la vida de Jesús y viviendo según su Palabra.
Y, eso, no es una flor fácil de comprar ni de cortar: nace, crece y se conquista con sacrificio, verdad, oración, luchas y santa terquedad en la gran floristería que se llama: FE EN DIOS.
Que la alegría que sintió, Santa Isabel, al recibir a María, la sintamos nosotros también en estos momentos.
Lo hacemos, como no podía ser de otra manera, simbolizándolo en esta gran cesta con flores distintas.
ORACIÓN
Mi madre y mis hermanos son aquellos
que se dejan atrapar por mi Palabra,
los que la escuchan sin querer acomodarla
los que la viven con el amor primero.
Son aquellos que todo lo han dejado
y caminan en libertad por mi camino,
los que ponen en mis manos su destino
y me siguen aunque esté crucificado.
Son aquellos que no se escandalizan
cuando propongo con franqueza mi doctrina
porque viven la verdad que la ilumina
y en el fuego de mi Palabra se bautizan.
Son aquellos que muestran con sus obras
la confianza y la fe con la que viven
los discípulos que el Espíritu me piden
y viven en su soplo que enamora.
Los que viven del Amor la profecía
y me siguen paso a paso en todo tiempo
los que han dejado las quejas y lamentos
pues mi presencia los llena de alegría.
Son aquellos de la fiesta anticipada,
del Reino prometido ya presente,
los que se van transfigurando lentamente
porque viven una vida iluminada.
Son aquellos que se entregan sin reserva
y experimentan del Amor su providencia
los que lavan en mi fuente su conciencia
y en la pureza de mi Palabra se conservan.
Mi madre y mis hermanos son aquellos
que se entregan al Amor sin condiciones
que del Espíritu siguen sus mociones
y al Padre adoran con culto verdadero.
Los que renuevan en el agua del Bautismo
la vida que renace a vida nueva,
aquellos que en la lucha no se entregan
porque viven su fe con heroísmo.
Los que viven la vida en la esperanza
de que se cumplan las cosas prometidas,
los que reciben la gracias concedidas
como anticipo de la gloria en alabanza.
Pues mi madre y hermanos son aquellos
que el Padre en su Amor me ha regalado
las primicias de un pueblo consagrado
que refleja, de su gloria, los destellos.
Artículo enviado por:Jesús Manuel Cedeira Costales
Fuente: www.mercaba.org
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