Una de las formas más solemnes de veneración a una imagen de la Virgen María es coronarla canónicamente con una diadema o corona real.
¿De dónde procede esta manera tan peculiar de honrar a María? Esta costumbre de representar a santa María Virgen como Reina procede del Concilio de Éfeso (año 431). Posteriormente varios padres de la Iglesia le darán el título de Reina, como san Juan Damasceno (+749), que la llama “Reina, Dueña, Señora”.
El papa Pío XII en su encíclica Ad Caeli Reginam dirá: “La Beatísima Virgen ha de ser proclamada Reina no sólo por su divina maternidad, sino también en razón de la parte singular que por voluntad de Dios tuvo en la obra de nuestra eterna salvación” (n. 14).
Los pintores y escultores cristianos representaron con frecuencia a la Madre del Señor sentada en su trono y adornada con las insignias reales, rodeada de ángeles y santos, y algunos la representaron con su Hijo ciñéndole una insigne corona.
De las misiones a la Liturgia
Coronar a una imagen de la Virgen María no es una celebración muy antigua en la liturgia, ya que las primeras coronaciones canónicas se remontan a finales del siglo XVI, cuando los religiosos capuchinos al finalizar las misiones que realizaban recogían joyas entre los fieles, como signo de desprendimiento, y las fundían haciendo con ellas una corona para la Virgen.
La primera vez que se corona canónicamente a una imagen de la Virgen fue probablemente a la imagen de Santa María della Febbre, en una de las sacristías de la Basílica de San Pedro en el Vaticano el 27 de agosto de 1631.
Hasta el siglo XIX la mayoría de las coronaciones fueron fundamentalmente en Italia, y hasta finales de ese siglo fueron incorporadas al conjunto de las celebraciones litúrgicas. Al incluirse el rito de la Coronación Canónica en el Pontifical Romano, esto contribuyó a que el rito se extendiera a toda la Iglesia.
En México, la primera coronación canónica fue la de Nuestra Señora de la Esperanza de Jacona, Michoacán, el 14 de octubre de 1886. Este acontecimiento motivó al Arzobispo de México a pedir la coronación pontificia para Nuestra Señora de Guadalupe, y se procedió a coronarla el 12 de octubre de 1895. A partir de entonces varias imágenes veneradas en México se han coronado pontificalmente, entre ellas la patrona de la Diócesis de Tepic, Nuestra Señora del Rosario de Talpa, el 12 de mayo de 1923.
Tres clases de coronaciones
En 1981, el papa san Juan Pablo II –año en que se aprobó el nuevo Ritual de la Coronación de una imagen de Santa María– dio a los obispos diocesanos la facultad de conceder la coronación en sus respectivas Diócesis. Tenemos así tres clases de coronación: Canónica Pontificia, Canónica Diocesana y coronación Litúrgica. Veamos cada una de ellas.
La coronación Canónica Pontificia es la que otorga la Santa Sede por la importancia que esta imagen tiene: su historia se encuentre debidamente documentada, goce de una probada devoción desde sus inicios hasta la actualidad, un extendido culto, petición de un gran número de fieles y autoridades eclesiásticas. Una vez concedida la coronación el Papa nombra a un delegado para que en su nombre efectúe la coronación. Este tipo de coronación tiene un mayor peso que las siguientes.
La coronación Canónica Diocesana es la que otorga el Obispo Diocesano y tiene similares requisitos que la anterior, aunque en menor grado, porque goza de una gran devoción entre los feligreses de esa Parroquia. Es el Obispo diocesano quien la corona u otro Obispo.
La coronación Litúrgica es aquella que no necesita ningún permiso del Obispo diocesano, porque tiene un grado de veneración más local y la realiza un sacerdote.
Todas las imágenes de la Virgen María pueden llevar una corona, pero solamente aquéllas que tienen mayor importancia en la devoción del Pueblo de Dios, un mayor culto y un activo apostolado cristiano en la región o en la nación podrán ser objeto de una coronación canónica. Es al Obispo diocesano y a la comunidad local a quien le compete el juzgar sobre la oportunidad de coronar canónicamente una imagen de la Santísima Virgen María.
La Coronación de la Virgen de Covadonga
El 8 de septiembre de 1918 fueron coronadas canónicamente las imágenes de la Virgen de Covadonga y del Niño Jesús que porta en brazos. El entonces Obispo de Oviedo, Mons. Javier Baztán y Urniza, había solicitado del Papa Benedicto XV esta gracia, así como la concesión de un Jubileo extraordinario, extensivo a los meses comprendidos entre marzo y octubre de ese año, en el que se conmemoraba, además, el duodécimo centenario de la batalla de Covadonga.
La ceremonia de coronación fue presidida por el cardenal asturiano Victoriano Guisasola y Menéndez, Arzobispo de Toledo, en presencia de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, del Gobierno de España y de autoridades locales. El sermón fue pronunciado por el Obispo de Plasencia, Mons. Ángel Regueras y López. Finalizado el acto, las imágenes coronadas de la Virgen y el Niño fueron conducidas desde la explanada de la basílica hasta la Santa Cueva en una procesión encabezada por la Cruz de la Victoria, que fue llevada al Santuario para la ocasión.
Tal y como narran las crónicas, fue coronada también la imagen del Niño, que la Virgen porta en su brazo izquierdo; y fue coronada antes que la de Ella, para indicar que la realeza de María es participación de la de Cristo.
Por todo ello, el 8 de septiembre de 2017 se declarará abierto el Año Jubilar Mariano de Covadonga, en el que se conmemorará aquella efeméride. La Santa Sede ha concedido la gracia de la indulgencia a cuantos peregrinen a Covadonga y cumplan los requisitos establecidos por ella para alcanzar el perdón y el don de una vida nueva en Cristo. Este Año Jubilar será clausurado el 8 de septiembre de 2018.La Costumbre de Coronar Imágenes de María
La Costumbre de Coronar Imágenes de María
La costumbre de coronar imágenes de santa María fue iniciada a finales del siglo XVI por un capuchino italiano llamado Jerónimo Paolucci de Calboli da Forli (1552-1620). La primera imagen que fue coronada fue la de Nuestra Señora, venerada en la Steccata en Parma. Tuvo lugar el 27 de mayo de 1601. Con este gesto, que expresaba una profunda piedad mariana, fray Jerónimo concluía un período de predicaciones al estilo de las misiones populares. Al mismo tiempo, la coronación de la imagen tenía un sentido social, porque este fraile concibió la idea de coronar a la Virgen al ver el ostentoso lucir de joyas de las damas de Parma. Pretendía con ello inducir a la nobleza parmesana a inspirarse en el ejemplo de la Virgen y entregarse al socorro de los pobres. Otros capuchinos siguieron el ejemplo de fray Jerónimo y fueron extendiendo la costumbre de coronar imágenes de María.
Un seguidor de fray Jerónimo fue el Conde Alejandro Sforza, el cual, en su testamento hizo donación de sus bienes al Cabildo del Vaticano para que promovieran la coronación de imágenes de la Virgen. La primera de ellas fue la “Madonna della Febbre”, en la sacristía de la Basílica Vaticana (1631), coronada con el oro legado por el Conde Sforza. La intervención del Cabildo Vaticano supuso que las coronaciones pasaran al ámbito de vigilancia y acción de los Romanos Pontífices y que alcanzaran gran difusión. A finales del siglo XIX la Congregación de Ritos promulgó un “Ordo” (29 marzo 1897) basado en el que tenía el Capítulo Vaticano y lo incorporó como apéndice al “Pontificale Romanum”.
Los Papas favorecieron esta costumbre de coronar imágenes de la Virgen, coronando personalmente o mediante legados algunas imágenes. Una de las primeras coronaciones papales fue el 3 de mayo de 1782, en que Pío VI coronó a “Santa Maria del Popolo” en la Catedral de Cesena.
El Obispo de Menorca Bartolomé Pascual, solicitó al Papa Pío XII la “coronación pontificia” de la Virgen del Toro, lo que fue concedido con fecha 22 de septiembre de 1942. Habiendo comprobado la gran devoción de Menorca a la Virgen del Toro –se dice en el decreto- “a ti, Ilmo. y Rvdmo. Señor, te conferimos por las presentes letras el encargo de hacer dicha coronación”. Finalmente, el día 12 de septiembre de 1943 la imagen de nuestra patrona sería solemnemente coronada, en nombre del Santo Padre.
La costumbre de coronar imágenes de María continúa en nuestros días, si bien en el año 1981 se renovó el rito, con el deseo de armonizar esta costumbre con la visión sobre María que presentaba el Concilio Vaticano II.
Aunque el uso de coronar imágenes de la Virgen no se inició hasta el siglo XVI, la atribución a María del título de “Basilissa” o “Reina” pertenece a la tradición milenaria de la Iglesia. Se trata de un apelativo que no se encuentra como tal en la Sagrada Escritura, pero que las primeras generaciones de cristianos aplicaron a María inspirándose en las palabras del Ángel, que anuncia que el Hijo que va a nacer heredará “el trono de David, su Padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33), y en las palabras de Santa Isabel, que llama a María “la madre de mi Señor” (Lc 1, 43).
Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales
Fuentes:
Escrito para el Full Dominical.
www.lasenda.org.mx
www.jubileocovadonga2018.com
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