3 de abril de 2020
Amabilísimo hermano:
Sí, Padre, sí. Que se haga siempre tu voluntad, ya sea que me traiga alegría, sufrimiento o dolor.
Me impresiona el dolor de los que sufren. El dolor de los enfermos que están solos. Grito a Dios para que me escuche: «¡Señor, escucha mi clamor! ¡Estén atentos tus oídos a la voz de mis súplicas! Si tomas en cuenta las culpas, ¿quién, Señor, ¿resistirá?.
Mas el perdón se halla junto a ti. Yo espero en Dios, mi alma espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor más que los centinelas la aurora». Me conmueve esta súplica. Es la de tantos hoy que sufren la enfermedad y el aislamiento.
La soledad y la agonía. Hay tantas personas enfermas. En el Evangelio, también hay un enfermo: «Había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta». Un solo enfermo. Un amigo enfermo. Jesús ama a Lázaro tanto como ama a sus hermanas: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro».
Y el mensaje tiene más fuerza por ese amor que les profesa: «Las hermanas enviaron a decir a Jesús: - Señor, aquel a quien Tú quieres, está enfermo». Aquel al que Jesús ama está enfermo, grave. ¡Cuánta gente a la que amo está enferma! ¡Cuánta gente a la que Jesús ama! Mi corazón tiembla como el de Jesús.
El amor me hace sufrir por la enfermedad de los que amo. La enfermedad es lo más opuesto a la vida. La salud es ese don que tanto aprecio. Considero evidente estar sano. Esta pandemia ha venido a romper todas mis seguridades.
Mi salud, la de los demás. Y la enfermedad del otro no sólo me duele, también es una amenaza para mi propia vida. Puedo recluirme en mi seguridad. No puedo ayudar. Es peligroso que lo haga. Siento impotencia.
No puedo acompañar al enfermo, no puedo sostenerlo con mi presencia física, no puedo calmar sus dolores, no puedo animarlo en sus miedos. Sólo me queda hacerlo con una pantalla entre los dos. Para que no caiga yo enfermo.
Para no enfermar a otros. Una enfermedad que me une y separa al mismo tiempo. Despierta mi solidaridad, mi deseo de rezar por el enfermo, de acudir con los medios posibles en su ayuda.
La enfermedad siempre duele, pero ahora que es algo tan extendido me inquieta y pone inseguro. ¿Cuándo acabará todo esto? Suplico a Dios en mi impotencia.
Hoy Jesús no va inmediatamente a salvar a Lázaro. Si hubiera ido antes hubiera sido distinto: «Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba».
El tiempo siempre es importante. Actuar cuando corresponde, cuando todavía se puede hacer algo. Entiendo las quejas de sus hermanas: «Marta a Jesús: - Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: - Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Si Jesús hubiera llegado antes. Ahora tengo la misma súplica en mi alma. Si hubiera actuado antes. Si viniera y eliminara el dolor de tantos de un solo golpe.
Pero los tiempos de Dios no son los míos. ¿Qué me quiere decir Dios en medio de esta pandemia? «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Me cuesta descifrar el sentido de estas palabras. Mi vida es para la vida eterna. Una enfermedad no acaba conmigo. Estoy llamado a vivir para siempre.
La enfermedad no me quita la vida. Quiero aprender a vivir este tiempo con paz, sin inquietarme. Jesús está de camino. Ha esperado más de lo que yo quería. Pero viene a mi dolor, a mi pena. Viene a sostenerme en mi enfermedad. Jesús me ama. Tanto como a Lázaro, Marta y María.
Ese amor suyo es una certeza en mi vida. Mi enfermedad, mi dolor, le conmueven. Lo he palpado. No quiere que esté enfermo. No quiere que muera. Quiere que viva con esperanza. La enfermedad es parte de mi vida, de mi camino. No es un paréntesis este tiempo, cuando todo se paraliza.
Esa es mi tentación. Pensar que es un paréntesis. Creo que más bien es una escuela para aprender a vivir mi enfermedad y la de mis seres queridos. Vivir con esperanza en la desesperanza. Tener una mirada confiada cuando mi tentación es desconfiar. No vendrá Jesús. Pienso. Pero no es cierto. Sólo se retrasa. Él viene a mi dolor porque me ama.
Esa certeza es la que tienen Marta y María. Saben que Jesús descansa siempre en Betania, los ama, es su hogar, su lugar de reposo. Los amos más que nadie en este mundo. Me impresiona mucho ese amor de Jesús. Yo no me acabo de creer el amor que Dios me tiene.
Por eso mendigo tanto el amor de los hombres. Vivo suplicando que me amen. En este tiempo de soledad miro a Jesús en mi vida. Él viene a acompañarme. Quiere caminar conmigo porque me ama. Esta escuela me enseña a vivir. Cuando todo acabe será distinto mi corazón. Tengo la certeza.
Pidamos por todos los que han fallecido con coronavirus, para que Dios les acoja en el cielo donde ya no hay ni enfermedad, ni luto ni dolor.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Jesús Manuel Cedeira Costales.
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