5 de mayo de 2020
Hermano:
Si buscamos a Dios desinteresadamente, viene por sí
mismo el descanso, la felicidad y el cobijamiento.
«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el
aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido;
pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el
guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus
ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de
ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo
seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».
Las ovejas sólo siguen al pastor. Siguen su voz, sus
pasos, porque lo conocen. No se sienten incómodas con él y confían en su
cuidado, en su bondad, en su amor. El otro día oí hablar a un pastor de ovejas
en Francia. Tenía a su cargo miles de ovejas. Y decía que él conseguía que las
ovejas hicieran lo que él quería sirviéndose del miedo y de la necesidad de
seguridad. Cuando quería llevarlas al redil gritaba que venía un lobo. Y las
ovejas, asustadas por la presencia del lobo, corrían al redil. Allí lograban lo
que más necesitaban, estar seguras lejos del lobo.
En ese momento de seguridad y paz el pastor podía
hacer con ellas lo que quisiera. Cualquier cosa era menos grave y peligrosa que
el lobo. Podía esquilarlas, marcarlas con un hierro ardiendo o llevarlas al
matadero. Con el miedo y el deseo de seguridad las controlaba totalmente. ¿Le
pasa igual al hombre? El miedo tiene mucha fuerza en mi corazón. Me dejo llevar
por él y puedo volverme sumiso con el que me da seguridad. El miedo inhibe mis
actos y me recluye en mi mundo buscando mi redil donde estar a salvo.
El miedo me vuelve una persona fácil de manipular por
aquellos que buscan sólo su bienestar, la satisfacción de sus deseos. Me da
miedo perder la vida y mi seguridad económica en este tiempo que estoy
viviendo. Me asusta la enfermedad que amenaza mi vida, quiero conservar mi
salud. El miedo me vuelve vulnerable ante los que no desean mi bien, y sólo
quieren manipularme. ¿A quién tengo que seguir? El buen pastor puede servirse
de mi miedo para hacerme un bien.
Evita que recorra senderos peligrosos. Y me promete
pastos seguros. Lo he rezado en el salmo: «El Señor es mi pastor, nada me
falta. en verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú
vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa».
El buen pastor quiere mi bien y no busca dañarme. Esa
confianza en el buen pastor es la que me vuelve dócil ante él. No me siento
intimidado ni violentado a hacer lo que no deseo, yo lo elijo siguiendo su voz.
El buen pastor quiere sólo mi bien y esa certeza la llevo grabada en mi alma.
Su intención es pura. No desea nunca mi mal. Sólo quiere que viva y tenga una
vida plena. Jesús es así.
Él es mi pastor bueno. Yo me dejo llevar en la vida
por otros pastores. Sigo a otros. A aquellos a los que muchos siguen. A los que
no son todos tan buenos pastores. Leía el otro día: «Los conductores arrastran
siempre hacia lo alto. Los seductores siempre arrastran hacia abajo».
Sigo sus formas de pensar, sus gustos y no crezco. Me
dejo llevar por sus opiniones, las hago mías y no avanzo. Busco a otros que
puedan saciar mi sed infinita, pero con palabras finitas que no me calman por
dentro.
Deseo que otros me den una seguridad efímera haciendo
más firmes mis pasos en la tierra. He puesto tantas veces mi confianza en las
personas equivocadas. He creído en ellas cuando todo era tan inseguro e
incierto. El buen pastor sólo quiere que la oveja viva y esté segura. Pero hay
muchos otros pastores que se dejan llevar por su ego. Y sólo quieren que otros
les sigan a ellos, sean sus seguidores, acepten sus opiniones como sagradas y
vivan pendientes de sus decisiones.
Esos pastores no piensan en la oveja. Para ellos la
oveja es sólo un número, no tiene rostro determinado. No aman a los que lo
siguen, aman más bien el número de los que lo siguen. Las cifras son las que
les dan felicidad. Si yo sigo sus opiniones y las hago mías, no es tan
importante para ellos. Soy sólo uno de sus seguidores. Y los cuentan por miles.
Estos pastores no son los que me construyen por dentro.
¿Quién dicta
las opiniones que tengo en mi corazón? ¿De dónde vienen? No tengo claro que
vengan de Dios. Vienen de aquellos que se erigen en dominadores, en admirados,
en reyes absolutos en este mundo de ovejas. No quiero tampoco que el miedo sea
el que determine mis decisiones. Miedo a actuar, o a quedarme quieto. Miedo a
arriesgar mi tiempo. Miedo a que las cosas no salgan como yo esperaba.
El miedo es traicionero. En esta época de miedos, no
me quedo en casa por miedo. Sino por responsabilidad. Porque quiero ayudar así
a vencer esta pandemia. No dejo de ir a un sitio o estar con alguien por miedo
al contagio. Sino más bien por no ser yo el que contagie a otros.
Es cierto que, en este tiempo tan incierto, en el que
puedo mirar a la muerte tan de cerca, tengo una paz que antes no tenía. Ahora
me parece más posible morir en un hospital si todo se complica. ¿Por qué iba a
estar yo exento? Sé que todo es posible. Esta posibilidad no me asusta, más
bien me da paz.
Sé que mi pastor es el que conduce mi vida. Y sé que
su voz nunca la voy a dejar de escuchar. Esté donde esté me seguirá llamando. Y
eso me basta para tener paz.
Es hora de orar x todos aquellos policías, militares, médicos,
enfermeras que tienen en sus manos esta difícil tarea dios los bendiga.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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