El origen de las coronaciones canónicas es tan antiguo que hay estudiosos que sitúan sus orígenes varias centurias atrás.
En el siglo XVII el testamento del caballero Alejandro Sforza ya recoge que la mayoría de sus bienes tuviesen como destino la Fábrica de San Pedro para que aquellas imágenes marianas que contaban con gran devoción alrededor del mundo fuesen coronadas.
La primera de la que se tiene constancia es la coronación de la Madonna de la Febbre -Nuestra Señora de la Fiebre-, en el Vaticano, en 1631, una imagen que también gozó de gran popularidad en países vecinos, como España, donde la advocación continúa estando presente.
Será en el siglo XIX cuando las coronaciones se extiendan a otros países pues Italia monopolizó este campo hasta bien entrada la segunda mitad de la citada centuria.
Ya a finales, cuando se incluye este rito en el Pontifical Romano, en 1897, se inicia durante los primeros años una auténtica explosión de las coronaciones.
El Monasterio de Veruela fue declarado monumento nacional en 1919.
El pasado año un nutrido programa de actos se materializaron para conmemorar esta efeméride.
En su interior, la pequeña Virgen de Veruela, patrona de la población de Vera del Moncayo.
La fundación del cenobio se remonta al siglo XII y según la leyenda se levantó tras el hallazgo de Pedro de Atarés, señor de Borja, de una imagen mariana.
Tras la desamortización queda deshabitado hasta que se instalan los jesuitas en 1877.
Los miembros de la Orden solicitaron autorización para poder coronar la imagen de una Virgen, de madera policromada, cuya realización se sitúa en el siglo XV.
Tras recibir el beneplácito por parte del Papa León XIII, comienzan los preparativos para culminar una iniciativa nunca vista antes en España.
El día escogido fue el 31 de julio, festividad del fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola.
Corría el año de 1881 y el deseo de los miembros del monasterio era que la Virgen fuese coronada por el Arzobispo de Zaragoza, Manuel García.
Pero su fallecimiento provocó que este honor recayese sobre su auxiliar, Jacinto María Cervera, quien por entonces era además Obispo de Hipsópolis.
El acto comenzó a partir de las ocho de la mañana. Numeroso público llegado desde zonas próximas, pero también de otra más alejadas, como Madrid o Segovia. Bandas de música, autoridades, representantes de cofradías…
Todo un acontecimiento que según recogen las crónicas contó con la presencia del último fraile que habitó el Monasterio cuando este estaba bajo la Orden del Císter, que durante siglos se encargó de difundir la devoción hacia la “Imagen de la Orillita o a la Orillita” -Veruela, diminutivo de “vera”, que significa “orilla”-.
El platero José Antolín fue el artífice de la presea y tras serle impuesta a la Virgen los miembros de la Compañía de Jesús la trasladaron hasta el exterior, donde el Obispo entonó el Magnificat, regresando nuevamente al interior, donde fue celebrado el pontifical. Precisamente la Biblioteca Nacional conserva, entre otros documentos, los “Gozos en honor de Nuestra Señora de Veruela en su solemne coronación”, que debieron ser entonados por el pueblo en un acto que representó toda una novedad para la España de la época.
Por la tarde, se consagraron los “doce pueblos del Somontano” a la Virgen, quedando recogido este capítulo en los archivos de los consistorios locales. Toda una región bajo el amparo de María, como hace siglo, y un humilde reconocimiento que la encumbró como la primera imagen coronada de nuestro país.
Artículo enviado por:Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuente:
gentedepaz.es
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