18 de junio de 2020
Hermano:
Me gustan las personas con ideas claras. Esas que no se amilanan ante el primer inconveniente en medio de su
camino. Aquellas que luchan contra la marea, contra los vientos contrarios,
queriendo llegar siempre al puerto marcado. Me gustan los hombres de una sola
idea, capaces de vencer en todas las adversidades porque arde un fuego en sus
corazones que los anima a seguir luchando. Comenta Nietzsche: «Temo al hombre de una sola idea». Es temible ese hombre que no es fácilmente manipulable. Sabe lo que
quiere, tiene claro hacia dónde va, ama la idea que habita su alma e incluso,
cuando las circunstancias son adversas, no duda, no se desanima, sigue
corriendo y creyendo que todo es posible. Ese hombre insobornable me
asusta. No tiene un precio. No se le puede comprar. Tiene un gran amor en su
alma y no deja que se apague, que se ahogue, que muera. El otro día leía una frase de François de La Rochefoucauld: «La ausencia disminuye las pequeñas pasiones y aumenta las
grandes, lo mismo que el viento apaga las velas y aviva las hogueras». Quisiera ser yo también así. Tener una idea,
un fuego en el alma, un sueño, una pasión por la vida que no se apaga con el
viento, ni con la ausencia. Quisiera mantenerme fiel en el tiempo perseverando
por aquello en lo que creo. Me dicen que soy obsesivo a veces. Que me empeño en
algo y no cejo hasta que lo consigo. Como una ardilla que no deja de perseguir
esa bellota que desea. Tengo algo de eso, y es que no quiero ser de los
que cambian volátilmente de una cosa a otra desperdiciando la vida, dependiendo
de lo que los demás ven, creen o piensan. Me gustaría perseverar hasta la línea
de meta, entregándolo todo sin querer guardarme nada. Llegar hasta el final
movido por el viento. Quiero ser fiel a ese sueño que Dios ha sembrado
en mi alma. Creo en las personas que se juegan la vida en todo lo que
hacen. Toman la iniciativa, se ponen en camino, no aguardan a que los demás
hagan lo que es de todos. En esta entrega no llevan cuenta del bien que hacen,
no se comparan. No tienen miedo a perder y se arriesgan. Confían en que
siempre pueden ganar. Pero lo más importante es que se dan por entero sin temer
la posibilidad de la derrota. Viven sin reservarse nada. Sin miedo a
perderlo todo. He descubierto a mi alrededor personas enamoradas de la
vida que la aman hasta el final. Y me he topado con otras que sufren sin
amar con ese miedo a perder que congela sus almas. Elijo el fuego de las
primeras. Y me duele la angustia de las segundas. Muchas personas ante
las contrariedades y dificultades se vienen abajo y no luchan más. Desconfían
del futuro. Como si las cosas no fueran a mejorar nunca. Conozco a otros que están construyendo para la eternidad y no se
desaniman cuando comienzan los pequeños fracasos que trae la vida. Cuando se levantan muros que impiden ver el futuro ellos se alzan por
encima y miran el mañana. Creo en esos enamorados de Dios y de la vida
que confían no sé bien cómo en un futuro prometedor que aún no ven. Quiero ser yo de esos que sueñan con lo imposible
en medio de tantos desastres. Quiero ser yo de los que levantan castillos en el aire aún sin tener
medios para hacerlo. Quiero ver oportunidades donde muchos ven posibles
derrotas y viven con miedo. Me gusta la alegría confiada de los santos
que no se acaba nunca y los lleva a luchar empecinados contra toda adversidad.
Me gustaría contagiar confianza en todo lo que hago y encender el fuego en
otros corazones en las batallas. Si soñamos un sueño común, las
posibilidades de conseguirlo aumentan. Si consigo que mi idea la sueñen
otros mi idea se volverá más fuerte, eso siempre pasa. Hay un anhelo de
infinito muy dentro de mí. Comentaba Marcos Abollado en una conferencia: «El tiempo es la excusa de los cobardes. ¿Tengo un sueño o una
visión? Es necesario convertir un sueño en visión. Dar un primer paso». Cuando el sueño se convierte en visión todo cambia. Dejo de construir
castillos sin sentido y me pongo manos a la obra. Mi sueño es realizable y se
convierte en pasión, en proyecto, en deseo compartido por otros, ya no solo
mío. Una visión puede cambiar la realidad y hacerla mejor de lo que es ahora.
Temo al hombre de una sola idea. Ese luchador movido por una pasión que habita
su alma. Es lo que yo quiero. No me desanimo. Me pongo en marcha y aparto
los impedimentos que quieren detener mis pasos.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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