jueves, 15 de febrero de 2018

LA VIRGEN DE HEBREA, SÍMBOLO DE LA CUARESMA



La Virgen se viste de hebrea siguiendo la tradición originada a principios del siglo XX

Todo lo que rodea a la Semana Santa se caracteriza por estar lleno de detalles que para algunos pueden pasar desapercibidos ante sus ojos, detalles que pueden ser insignificantes y que sin embargo tienen numerosas horas de trabajo a sus espaldas. Suele ser un mundo cargado de tradiciones y costumbres, heredadas de siglos atrás y que nuestras hermandades años tras años nos recuerdan. Con la llegada de la Cuaresma se repite uno de los ritos más usuales y tradicionales de este tiempo de preparación. En el interior de los templos, las imágenes de la Virgen de las respectivas cofradías suelen vestirse con un atuendo especial alejado de los habituales, vestimenta propia de este tiempo de preparación.


Estamos acostumbrados a ver a las Vírgenes ataviadas con sus mejores galas durante la Semana Santa, para engrandecer la Imagen de la Virgen en todo su esplendor. Pues bien, es gracias a la Cuaresma cuando la imagen de la Virgen María se muestra más cercana a los devotos, sin joyas, sin lujos, sin coronas, sin bordados... sin ningún elemento ostentoso, para visualizarla de la misma forma en la que Jesucristo lo hizo antes de morir en la cruz. Pocas cosas anuncian con tanta certeza la inminencia de la Semana Santa como entrar en un templo y encontrar a una imagen de la Virgen vestida de hebrea.


El origen de la vestimenta hebrea

El origen de esta manera de ataviar a nuestras vírgenes se encuentra en Sevilla, a principios del siglo XX. Su ideólogo no podría ser otro que Juan Manuel Rodríguez Ojeda, bordador y diseñador sevillano y auténtico “creador” de la Semana Santa que hoy en día conocemos ya que con sus obras revolucionó el mundo cofrade de principios de siglo XX. Rodríguez Ojeda renovó, en gran parte, el estilo de las cofradías de la capital y su modelo es el que se ha extendido por toda Andalucía y parte de España. La primera de las imágenes que fue vestida de este modo fue la Virgen de la Hiniesta de San Julián, en Sevilla, de la cual Juan Manuel era el vestidor, vestimenta que posteriormente empleo en la Esperanza Macarena, la cual también lució este singular atuendo. Con esta nueva forma de vestir a las imágenes de la Virgen, Rodríguez Ojeda otorgo de mayor personalidad propia en su atavío, y así perfecciono el atuendo de hebrea, haciéndolo mucho mas artificioso y milimétrico.



La vestimenta de hebrea, pese a que puede ofrecer distintas variaciones de colores o tejidos, suele presentar normalmente un manto azul en raso, que puede ser en todos más claros, dando así un poco de más alegría, o en tonos oscuros, lo que da recogimiento y elegancia a la Dolorosa que lo porta. También en lugar del raso, se está utilizando últimamente el terciopelo, que un tejido de más calidad. Es característico también que el forro del manto sea en color blanco, por lo que al colocarlo, el doblez destaque como una franja blanca sobre la cabeza y los hombros de la Virgen. En cuanto al color de la saya, siempre se usa el rojo, y al igual que el manto, se emplea en tonos claros u oscuros dependiendo de la seriedad y carácter que se le quiera dar a la hermandad.



Para la confección del tocado de hebrea, Rodríguez Ojeda pensó que las Dolorosas tenían que ir lo más simples posibles, ya que lo que la vestimenta quiere representar es a la Virgen humilde y sencilla, como una mujer hebrea, por ello, los tocados de hebrea son siempre de telas lisas y sin adornos, como el tul, o el raso blanco, el cual se puede poner de forma aireada, dejando ver el pelo y las orejas de la imagen, o más recogido, ajustándose a la cara. Raras veces se usan encajes o mantillas ricas en diseño y elaboración, ya que como se comenta, se debe ataviar a la imagen de la forma más sencilla.



En la vestimenta de hebrea, quizá lo más característico sea el cinturón o fajín que la imagen luce en su cintura. Para ello, Rodríguez Ojeda buscó una tela llamativa, a rayas de colores, que combinaba perfectamente con el manto azul y la saya de color rojo, y que ha perdurado hoy día en el tiempo, ya que actualmente son muchos y muy vistosos los fajines de colores que las Vírgenes suelen lucir durante la vestimenta de hebrea. Por último, la imagen lleva sobre sus sienes una diadema de metal con doce estrellas. El conjunto recuerda la Inmaculada Concepción de la Virgen, no sólo por las doce estrellas, sino también por el colorido, ya que el rojo jacinto y el azul cobalto eran los colores inmaculistas originales.



Pese a que muchos consideren la usanza hebrea como una forma de representar la vestimenta de la época o bien para simbolizar la humildad de María Santísima, lo cierto es que Juan Manuel creó esta nueva forma de vestir a las dolorosas, debido ante la escasez de ajuar con que contaba la Virgen de la Hiniesta. Al parecer Rodríguez Ojeda hizo pruebas para el rostrillo con un papel de seda como el que utilizaba para el diseño de sus bordados. La costumbre se generalizó a partir de los años 50, alcanzando hoy a la práctica totalidad de las Dolorosas. Sin saberlo, o quién sabe, Rodríguez Ojeda creó en 1925 la vestimenta que posteriormente se le llamaría “de hebrea”.



Así, desposeídos de casi todo, como la simpleza de una Virgen vestida de hebrea debemos adentrarnos en la Cuaresma, con la sencillez como elegancia, mirando hacia el interior, como la Virgen mira a la corona de espinas que sostiene entre sus manos.




 La Cuaresma se caracteriza por estar llena de detalles, tradiciones y costumbres, heredadas de siglos atrás y que las hermandades año tras año recuerdan. Con la llegada de la Cuaresma, se repite uno de los ritos más usuales y tradicionales de este tiempo de preparación. En el interior de los templos, las imágenes de la Virgen de las respectivas cofradías suelen vestirse con un atuendo especial, singular y distinto alejado de los habituales, vestimenta propia de este tiempo de preparación que indica que un nuevo tiempo comienza. La imagen de la Virgen María se muestra más cercana a los devotos, sin ningún elemento ostentoso, para visualizarla de la misma forma en la que Jesucristo lo hizo antes de morir en la cruz. La cercanía de la Semana Santa se anuncia en los templos cuando la Virgen María viste de hebrea.


El origen de esta manera de ataviar a nuestras vírgenes se encuentra en Sevilla, a principios del siglo XX. Su ideólogo fue Juan Manuel Rodríguez Ojeda, bordador y diseñador sevillano cuyas obras revolucionó el mundo cofrade de principios de siglo XX. Rodríguez Ojeda renovó, en gran parte, el estilo de las cofradías de la capital y su modelo es el que se ha extendido por toda Andalucía y parte de España. Juan Manuel Rodríguez Ojeda vistió por primera vez de hebrea a una Dolorosa en aquella Cuaresma de la primera década del siglo XX, férreamente marcada por los preceptos litúrgicos. En 1905 Rodríguez Ojeda es nombrado Teniente Hermano Mayor de la Hermandad de la Hiniesta de Sevilla, encargándose de la confección del manto y palio así como del arreglo de las imágenes titulares. La imagen de María Santísima de la Hiniesta de la Iglesia de San Julián se presentó en la Cuaresma despojada de sus atributos de reina y vestida concisamente, mediante pliegos de papel, con un sencillo manto raso, un pobre sayal ceñido a la cintura con faja, el rostro enmarcado por un velo plisado y nimbada con estrellas como único atributo de santidad. Su atuendo se perfeccionó después con mucho más artificio y milimétrico, otorgándole mayor personalidad propia.


Virgen de la Hiniesta. Sevilla


La Sevilla de entonces era una ciudad fuertemente religiosa en lo espiritual y en lo social, donde la liturgia traspasaba los muros de los templos para marcar la vida cotidiana, implantando unos usos y costumbres que afectaban al ocio, al vestuario e incluso a la gastronomía. En este sentido, era la Cuaresma uno de las épocas más importantes, un periodo de oración y preparación, que consideraba la conformación de un ambiente austero y el uso de determinados símbolos como la mejor guía para los fieles. De esta manera, la sobriedad inundaba las celebraciones religiosas y la decoración de los templos, donde se suprimían flores, se silenciaba la música y se ocultaban los ornamentos más lujosos no como señal de tristeza, sino como signo de disposición.





La obra de Juan Manuel Rodríguez Ojeda evidencia que poseía un profundo conocimiento de los protocolos de la liturgia y de su lenguaje simbólico. Se sabe que durante sus inicios en el taller de las hermanas Antúnez fue instruido en iconografía sagrada, poseía amistad con personalidades muy cultivadas dentro de la jerarquía eclesiástica sevillana y la producción de ornamentos litúrgicos era una de las principales especialidades de su taller. El artista, fuertemente imbuido del espíritu barroco que influenció la composición y el contenido de sus obras, fue consciente del papel pedagógico que el aderezo de las imágenes religiosas poseía en una cofradía. Así pues, subrayando la máxima tridentina de utilizar la ornamentación como elemento reforzador de los valores espirituales de las imágenes, vistió a la Virgen con absoluta austeridad, acorde a los principios cuaresmales. Ya no se mostraba como Reina de los Mártires en su condición de Mater Dolorosa, sino que se presentaba en toda su dimensión humana como la humilde Myriam de Nazaret, cumpliendo de este modo la proposición de la sagrada liturgia cuaresmal que ve a María como modelo de discípulo entregado, que escucha y sigue el camino de Cristo hacia el Calvario.




Aunque esta indumentaria contaba con precedentes en los siglos XVIII y XIX, la redefinición del prototipo de hebrea por parte de Rodríguez Ojeda se constituye ahora como una creación genuina del diseñador, que descubre a Juan Manuel como un artista conceptual. La usanza de hebrea no sólo fue un recurso estético, sino que fue tomada como instrumento para recalcar la función ejemplarizante de la Virgen, que, representada en su humana condición de discípula fiel y seguidora peregrina del misterio de Cristo, se mostraba como el ideal de participación litúrgica de la Iglesia en Cuaresma. El logro fue doble, pues paralelamente se revalorizaba su figura en este período, significando su presencia en los cultos de Cuaresma, un tiempo dedicado de lleno a Cristo que tan sólo la recordaba durante la festividad de los Dolores el Viernes de Pasión.





La referencia directa del modelo se halla en la escuela barroca sevillana, donde artistas, como Murillo o Roldán, figuraban a la dolorosa ataviada con simples ropajes: vestido burdeos, ceñidor, velo hebreo y manto azul. Se retomaba a una vertiente iconográfica mariana de gran antigüedad encontrándose en las primitivas pinturas bizantinas y paleocristianas que había sido perpetuada en las obras de los grandes maestros de toda la historia, como Pedro de Mena, quien la plasmó de forma sublime en sus famosas dolorosas. Según esta corriente, el color granate era símbolo de realeza, apego y apuntaba a la sangre de la Pasión y Muerte de Cristo, la faja o cinturón ceñido a rayas de colores representaba la sujeción y obediencia, el velo blanco hace alusión a la dignidad de la mujer y el azul del manto se ofrece como signo de pureza, verdad y amor celestial, color frecuentemente empleado en las representaciones de la Virgen junto a Cristo. Por último, la imagen lleva sobre sus sienes un aro de metal con doce estrellas, lo que recuerda en su conjunto los colores y la forma en la que se representaba antiguamente la Inmaculada Concepción de la Virgen.



Perpetuo Socorro. Iconografía bizantina





Boí Tahull-Cataluña. Románico


Pedro de Mena. 1658-1670


Pedro Roldán, 1674. El velo forma tablas que se yuxtaponen de forma discontinua, como lucían las dolorosas en el pasado.





Bartolomé Esteban Murillo, 1660. El velo cae sobre el manto, adelantando la idea de colocar tocas sobremantos en algunas imágenes.




Círculo de Murillo, Siglo XVII. La Virgen sostiene el velo con sus propias manos.


La idea fue acogida inmediatamente por otras hermandades, ya que, a juzgar por la prensa de la época, no eran pocas las dolorosas que durante los años veinte se presentaban en Cuaresma vestidas a la hebrea, apelativo que ya era recogido en las crónicas de Muñoz San Román para designar a este atuendo. La costumbre se generalizó a partir de los años 50, y actualmente goza de muy buena salud, trascendiendo desde a todo el ámbito nacional como uno de los signos inequívocos de la Cuaresma. Algunas hermandades también visten a sus dolorosas de hebrea durante la Navidad para representar la sencillez con la que María dio a luz al Niño Jesús y en lugar del aro de estrellas usan diademas sobre sus sienes.





Así, desposeídos de casi todo, como la simpleza de una Virgen vestida de hebrea debemos adentrarnos en la Cuaresma, con la sencillez como elegancia, mirando hacia el interior, como la Virgen mira a la corona de espinas que sostiene entre sus manos.








Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales

Fuente y artículos relacionados:



-El arte de vestir dolorosas de hebrea. P. Jaén. Hermandad de El Cristo. Monóvar





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