El origen de la
representación plástica de la Natividad aparece representado de forma pictórica
en los primeros siglos del Cristianismo. Así lo manifiestan los testimonios
aparecidos en algunos sarcófagos de las Catacumbas Romanas de Priscila. El más
antiguo de estos es el de la “Capella Greca”, de principios del siglo II. La
composición representa en primer plano la figura de la Virgen que estrecha
contra su pecho, en su brazo izquierdo, al Niño Jesús envuelto en pañales,
frente a ellos los tres Reyes Magos, vistiendo una túnica corta, sin manto ni
gorro.
La devoción al
nacimiento fue muy impulsada por la orden de los Templarios, que incentivó el
culto a Jesús y al Santo Sepulcro. Muchos más hallazgos a lo largo de los
siglos respaldan la permanencia de la representación continuada del
acontecimiento de la escena de la Natividad, por ejemplo, el fondo de un arco
de la catacumba de San Pedro y San Marcelino (S.III), o el fresco pintado en
uno de los muros en la catacumba de Domitila (S.IV), o la existencia de un
oratorio con una construcción similar a la Cueva de Belén en la Santa María la
Mayor de Roma, a mediados del siglo VIII.
Todas estas representaciones
van sucediéndose a lo largo de los años. El arte románico trata la Natividad y
la Adoración de los Pastores y los Magos como tema principal, decorando
miniaturas y mármoles. En el siglo X, el pesebre sirve a la liturgia católica
como difusión de la Navidad en la Nochebuena. En el apogeo del arte Gótico se
representan relieves especialmente en los púlpitos labrados en las catedrales,
donde el Niño Jesús aparece fuera del pesebre y desde las rodillas de su madre
sonríe a los pastores y bendice a los Magos mientras la imagen de la Virgen se
presenta triste y dolorosa.
La ingenuidad del
Renacimiento ofrece una imagen del Niño jugando con los corderos o acariciando
la cabeza del buey y a María sonriente y gozosa. Con el pasar de los tiempos
van adquiriendo formas mucho más barrocas y fastuosas, aunque todas ellas
tienen en común un cierto contenido interior y profundo simbolismo.
Desde el siglo VIII
se generalizaron las representaciones del nacimiento de Jesús, inicialmente en
las iglesias y conventos y posteriormente en la plaza de las ciudades y
pueblos. Pero la degeneración del drama litúrgico en formas paganizadas, obligó
a la Iglesia a condenarlo en el Concilio de Treviri, siendo el Papa Inocencio
III quien, en 1207, prohibiera las representaciones teatrales en las iglesias,
ya que habían degenerado en farsas, a veces profanas.
Todos coinciden en
reconocer el auténtico origen del belén en la recreación de la escena de la
Natividad, que en la Navidad de 1223 realizara Francisco de Asís en Greccio
(Italia), quien a su regreso de un viaje de peregrinación a Tierra Santa y tras
solicitar una dispensa a Honorio III de la prohibición de las representaciones
religiosas, y según cuenta San Buenaventura, en una cueva de las montañas de
Asís, junto a una cabaña de pastores, realizó un pesebre con paja y colocando
junto a él un buey y una mula, celebró allí la Misa del Gallo, junto a los
fieles que acudieron al toque de las campanas, evocando así la llegada de los
pastores para adorar al Niño.
Hay gran variedad de
leyendas que relatan acontecimientos milagrosos:” … al pronunciar las palabras,
y lo acostaron en un pesebre”, Francisco de Asís se arrodilló para meditar
brevemente en el sublime Misterio de la Encarnación y en ese instante apareció
en sus brazos un bebé, rodeado de brillante resplandor, otros también
manifestaron haberlo visto”.
También se reconoce
que San Francisco de Asís no representó a ningún personaje de la Navidad de
Belén, ni hubo actores que representaran a la Virgen, San José y el Niño, por
ello más que un Belén, la representación de Greccio fue interpretada como una
forma más del ceremonial litúrgico de Navidad.
A partir de
entonces, se extendió en las iglesias italianas primero y posteriormente en
toda Europa la instalación de belenes como los de Andrea della Robia en el
Duomo de Valterra. El más antiguo es seguramente el de San Giovanni Carbonara,
en Nápoles, con figuras de madera que datan mediados del siglo XIV. Con el
barroco se impulsó de forma definitiva su realización. El auge de la escultura
y la incorporación del espacio escénico y los detalles introducen el belén en
las casas señoriales.
En España, la
tradición del belén fue introducida por franciscanos y clarisas, posiblemente a
través del puerto de Valencia, dado el continuo tráfico comercial y cultural
con Nápoles y Sicilia existente en la época, extendiéndose en toda la Corona de
Aragón inicialmente y en toda España con el pasar del tiempo. Su difusión se
convierte en tema y asunto esencial para la transmisión del sentimiento
católico, a través de una sociedad devota durante la Edad Media y de máximo
fervor durante el Renacimiento. La Iglesia apoya todas las manifestaciones
artísticas para con la finalidad de potenciar la expresión del Misterio sacro,
y muy especialmente el nacimiento del Niño Jesús, lo que permite transmitir un
mensaje cristiano y con un profundo sentimiento ante los fieles.
En el siglo XVII los
belenes que se construían en las iglesias trascienden a los hogares, con
figuras en barro cocido policromado, donde las familias nobles de la época
presumían de sus exposiciones. Con el paso del tiempo esos belenes se fueron
transmitiendo de generación en generación, ampliándose cada Navidad el número
de figuras y pequeños complementos.
De la representación
teatral se pasó a la realización de las figuras con diferentes materiales,
según la tradición artesanal de cada zona. Como auténticos actores, cada figura
representará las diferentes escenas y ambientaciones ofrecidas en los belenes,
con un estilo propio de nuestros escultores, con marcada diferencia de las
influencias italianas, ya que predomina el barro como principal material y la
policromía en sus creaciones, siendo algunas de ellas verdaderas obras
artísticas sólo al alcance de muy pocos, como algunos ámbitos eclesiásticos,
las grandes familias de la nobleza y el entorno de la Corte. Dan constancia de
estos hechos la descripción de su legado en los testamentos de Isabel la
Católica a sus hijas, así como el belén de figuras de cera que Lope de Vega deja
a su hija Antonia Clara. También se conservan el belén del Príncipe que
pertenece al Patrimonio Nacional y que se expone cada año, el belén Napolitano
del Museo de esculturas de Valladolid, el de la colección March en Palma de
Mallorca, o el del marqués de Riquelme, realizado por Francisco Salzillo y que
se expone en el Museo Salzillo de Murcia.
El rey Carlos III
que potenció el belén durante su reinado en Nápoles, lo impulsa igualmente
desde el trono de España a mitad del siglo XVII, introduciéndolo en sus
palacios, construyendo una sala especial para la realización del Belén del
Príncipe, encargando a los imagineros valencianos José Esteve Bonet y José
Ginés Marín, así como al murciano Francisco Salzillo, la realización de figuras
modeladas en diferentes tamaños que ofrecieran una acertada perspectiva al ser
colocadas en las diferentes escenas. El
belén se exhibía todos los años al público.
Con este nuevo apoyo
a la tradición del belén, muchas de las sencillas figuras realizadas por los
imagineros de la época que representan a las diversas clases sociales y las
costumbres y vestimenta propias de cada
pueblo, conjuntamente con los principales personajes bíblicos, cambian a unas
realizaciones de gran calidad artística, ante el interés suscitado por el
ambiente cortesano, refinando sus realizaciones con enriquecidas policromías,
más acodes a la ubicación de los belenes en los suntuosos salones burgueses.
Esta tradición se
generaliza en los hogares a mediados el siglo XIX al realizarse en serie la
producción de pequeñas figuras. Destacan las de poca factura producidas en
barro, muchas veces sin cocer y pintadas con vistosos colores, en su mayoría
fabricadas en Murcia, Granada, Barcelona y Olot (Gerona) y que podían ser
adquiridas en tiendas de imaginería religiosa o mercadillos populares en
Navidad, en los que se podía conocer las novedades que se presentaban cada año.
Algunos de estos
mercadillos se siguen emplazando hoy, entre ellos cabe destacar los de la “Fira
de Santa Llúcia” en Barcelona, el de la Plaza Mayor en Madrid, o el de otras
ciudades como Murcia. Por otra parte, también se realizaban figuras de mayor
calidad, que solían ser por encargo, y adquiridas exclusivamente por las clases
más acomodadas e instituciones religiosas. Desde comienzo del siglo XX fueron
ganando terreno y preponderancia las figuras de Olot (Gerona), con un estilo
hebreo en su indumentaria, mucho más riguroso con los cánones históricos.
Desde hace varias
décadas se ha experimentado un gran auge en el montaje de los belenes
familiares e institucionales, como el Gran Belén Bancaja, posiblemente el mayor
de estas características de todo el mundo, que viene exponiéndose de forma
itinerante por toda España, cada Navidad desde 1996, fecha en el que se inauguró
en la ciudad de Valencia.
Igualmente, cabe
destacar la gran labor que vienen realizando la Asociaciones de Belenistas, por
un lado, mediante la promoción a través de los cursos que imparten sobre la
técnica belenística, que tienen una gran aceptación de público, y otro mediante
las exposiciones de los belenes en Navidad de sus minuciosos trabajos.
Y, por último, la
convocatoria de los populares concursos de belenes, que se siguen realizando en
entornos muy dispares, desde la Asociaciones de Belenistas, parroquias,
colegios, ayuntamientos, Cofradías de Semana Santa, colectivos, etc., y que
indudablemente hacen que esta tradición no sólo se mantenga viva, sino que
además se incremente la calidad de sus construcciones, hasta convertirse en un
auténtico arte como difusión y promoción de esta popular y entrañable tradición
del belén.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario