martes, 1 de diciembre de 2020

ORIGEN DEL BELÉN

 

 


El origen de la representación plástica de la Natividad aparece representado de forma pictórica en los primeros siglos del Cristianismo. Así lo manifiestan los testimonios aparecidos en algunos sarcófagos de las Catacumbas Romanas de Priscila. El más antiguo de estos es el de la “Capella Greca”, de principios del siglo II. La composición representa en primer plano la figura de la Virgen que estrecha contra su pecho, en su brazo izquierdo, al Niño Jesús envuelto en pañales, frente a ellos los tres Reyes Magos, vistiendo una túnica corta, sin manto ni gorro.

 

La devoción al nacimiento fue muy impulsada por la orden de los Templarios, que incentivó el culto a Jesús y al Santo Sepulcro. Muchos más hallazgos a lo largo de los siglos respaldan la permanencia de la representación continuada del acontecimiento de la escena de la Natividad, por ejemplo, el fondo de un arco de la catacumba de San Pedro y San Marcelino (S.III), o el fresco pintado en uno de los muros en la catacumba de Domitila (S.IV), o la existencia de un oratorio con una construcción similar a la Cueva de Belén en la Santa María la Mayor de Roma, a mediados del siglo VIII.

 

Todas estas representaciones van sucediéndose a lo largo de los años. El arte románico trata la Natividad y la Adoración de los Pastores y los Magos como tema principal, decorando miniaturas y mármoles. En el siglo X, el pesebre sirve a la liturgia católica como difusión de la Navidad en la Nochebuena. En el apogeo del arte Gótico se representan relieves especialmente en los púlpitos labrados en las catedrales, donde el Niño Jesús aparece fuera del pesebre y desde las rodillas de su madre sonríe a los pastores y bendice a los Magos mientras la imagen de la Virgen se presenta triste y dolorosa.

 

La ingenuidad del Renacimiento ofrece una imagen del Niño jugando con los corderos o acariciando la cabeza del buey y a María sonriente y gozosa. Con el pasar de los tiempos van adquiriendo formas mucho más barrocas y fastuosas, aunque todas ellas tienen en común un cierto contenido interior y profundo simbolismo.

 

Desde el siglo VIII se generalizaron las representaciones del nacimiento de Jesús, inicialmente en las iglesias y conventos y posteriormente en la plaza de las ciudades y pueblos. Pero la degeneración del drama litúrgico en formas paganizadas, obligó a la Iglesia a condenarlo en el Concilio de Treviri, siendo el Papa Inocencio III quien, en 1207, prohibiera las representaciones teatrales en las iglesias, ya que habían degenerado en farsas, a veces profanas.

 

Todos coinciden en reconocer el auténtico origen del belén en la recreación de la escena de la Natividad, que en la Navidad de 1223 realizara Francisco de Asís en Greccio (Italia), quien a su regreso de un viaje de peregrinación a Tierra Santa y tras solicitar una dispensa a Honorio III de la prohibición de las representaciones religiosas, y según cuenta San Buenaventura, en una cueva de las montañas de Asís, junto a una cabaña de pastores, realizó un pesebre con paja y colocando junto a él un buey y una mula, celebró allí la Misa del Gallo, junto a los fieles que acudieron al toque de las campanas, evocando así la llegada de los pastores para adorar al Niño.

 

Hay gran variedad de leyendas que relatan acontecimientos milagrosos:” … al pronunciar las palabras, y lo acostaron en un pesebre”, Francisco de Asís se arrodilló para meditar brevemente en el sublime Misterio de la Encarnación y en ese instante apareció en sus brazos un bebé, rodeado de brillante resplandor, otros también manifestaron haberlo visto”.

 

También se reconoce que San Francisco de Asís no representó a ningún personaje de la Navidad de Belén, ni hubo actores que representaran a la Virgen, San José y el Niño, por ello más que un Belén, la representación de Greccio fue interpretada como una forma más del ceremonial litúrgico de Navidad.

 

A partir de entonces, se extendió en las iglesias italianas primero y posteriormente en toda Europa la instalación de belenes como los de Andrea della Robia en el Duomo de Valterra. El más antiguo es seguramente el de San Giovanni Carbonara, en Nápoles, con figuras de madera que datan mediados del siglo XIV. Con el barroco se impulsó de forma definitiva su realización. El auge de la escultura y la incorporación del espacio escénico y los detalles introducen el belén en las casas señoriales.

 

En España, la tradición del belén fue introducida por franciscanos y clarisas, posiblemente a través del puerto de Valencia, dado el continuo tráfico comercial y cultural con Nápoles y Sicilia existente en la época, extendiéndose en toda la Corona de Aragón inicialmente y en toda España con el pasar del tiempo. Su difusión se convierte en tema y asunto esencial para la transmisión del sentimiento católico, a través de una sociedad devota durante la Edad Media y de máximo fervor durante el Renacimiento. La Iglesia apoya todas las manifestaciones artísticas para con la finalidad de potenciar la expresión del Misterio sacro, y muy especialmente el nacimiento del Niño Jesús, lo que permite transmitir un mensaje cristiano y con un profundo sentimiento ante los fieles.

 

En el siglo XVII los belenes que se construían en las iglesias trascienden a los hogares, con figuras en barro cocido policromado, donde las familias nobles de la época presumían de sus exposiciones. Con el paso del tiempo esos belenes se fueron transmitiendo de generación en generación, ampliándose cada Navidad el número de figuras y pequeños complementos.

 

De la representación teatral se pasó a la realización de las figuras con diferentes materiales, según la tradición artesanal de cada zona. Como auténticos actores, cada figura representará las diferentes escenas y ambientaciones ofrecidas en los belenes, con un estilo propio de nuestros escultores, con marcada diferencia de las influencias italianas, ya que predomina el barro como principal material y la policromía en sus creaciones, siendo algunas de ellas verdaderas obras artísticas sólo al alcance de muy pocos, como algunos ámbitos eclesiásticos, las grandes familias de la nobleza y el entorno de la Corte. Dan constancia de estos hechos la descripción de su legado en los testamentos de Isabel la Católica a sus hijas, así como el belén de figuras de cera que Lope de Vega deja a su hija Antonia Clara. También se conservan el belén del Príncipe que pertenece al Patrimonio Nacional y que se expone cada año, el belén Napolitano del Museo de esculturas de Valladolid, el de la colección March en Palma de Mallorca, o el del marqués de Riquelme, realizado por Francisco Salzillo y que se expone en el Museo Salzillo de Murcia.

 

El rey Carlos III que potenció el belén durante su reinado en Nápoles, lo impulsa igualmente desde el trono de España a mitad del siglo XVII, introduciéndolo en sus palacios, construyendo una sala especial para la realización del Belén del Príncipe, encargando a los imagineros valencianos José Esteve Bonet y José Ginés Marín, así como al murciano Francisco Salzillo, la realización de figuras modeladas en diferentes tamaños que ofrecieran una acertada perspectiva al ser colocadas en las diferentes escenas.  El belén se exhibía todos los años al público.

 

Con este nuevo apoyo a la tradición del belén, muchas de las sencillas figuras realizadas por los imagineros de la época que representan a las diversas clases sociales y las costumbres  y vestimenta propias de cada pueblo, conjuntamente con los principales personajes bíblicos, cambian a unas realizaciones de gran calidad artística, ante el interés suscitado por el ambiente cortesano, refinando sus realizaciones con enriquecidas policromías, más acodes a la ubicación de los belenes en los suntuosos salones burgueses.

 

Esta tradición se generaliza en los hogares a mediados el siglo XIX al realizarse en serie la producción de pequeñas figuras. Destacan las de poca factura producidas en barro, muchas veces sin cocer y pintadas con vistosos colores, en su mayoría fabricadas en Murcia, Granada, Barcelona y Olot (Gerona) y que podían ser adquiridas en tiendas de imaginería religiosa o mercadillos populares en Navidad, en los que se podía conocer las novedades que se presentaban cada año.

 

Algunos de estos mercadillos se siguen emplazando hoy, entre ellos cabe destacar los de la “Fira de Santa Llúcia” en Barcelona, el de la Plaza Mayor en Madrid, o el de otras ciudades como Murcia. Por otra parte, también se realizaban figuras de mayor calidad, que solían ser por encargo, y adquiridas exclusivamente por las clases más acomodadas e instituciones religiosas. Desde comienzo del siglo XX fueron ganando terreno y preponderancia las figuras de Olot (Gerona), con un estilo hebreo en su indumentaria, mucho más riguroso con los cánones históricos.

 

Desde hace varias décadas se ha experimentado un gran auge en el montaje de los belenes familiares e institucionales, como el Gran Belén Bancaja, posiblemente el mayor de estas características de todo el mundo, que viene exponiéndose de forma itinerante por toda España, cada Navidad desde 1996, fecha en el que se inauguró en la ciudad de Valencia.

 

Igualmente, cabe destacar la gran labor que vienen realizando la Asociaciones de Belenistas, por un lado, mediante la promoción a través de los cursos que imparten sobre la técnica belenística, que tienen una gran aceptación de público, y otro mediante las exposiciones de los belenes en Navidad de sus minuciosos trabajos.

 

Y, por último, la convocatoria de los populares concursos de belenes, que se siguen realizando en entornos muy dispares, desde la Asociaciones de Belenistas, parroquias, colegios, ayuntamientos, Cofradías de Semana Santa, colectivos, etc., y que indudablemente hacen que esta tradición no sólo se mantenga viva, sino que además se incremente la calidad de sus construcciones, hasta convertirse en un auténtico arte como difusión y promoción de esta popular y entrañable tradición del belén.

 

 

 

Enviado por:

 

Jesús Manuel Cedeira Costales.

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