7 de julio de 2021
Hermano:
«No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe»
«Me siento feliz de abrazar las horas que Dios me regala. Pinto de azul el cielo gris y visto la mañana de vivos colores. De esos que alegran el alma y llenan de fuego el espíritu»
La mitad de los municipios registran altos niveles
La situación epidemiológica en Asturias es cada vez más preocupante. 31 de los 78 concejos de Asturias notifican una incidencia acumulada en siete días muy superior al umbral establecido. Según los datos publicados hoy por el Observatorio de Salud de Asturias estos se sitúan ya en riesgo alto, muy alto o extremo y la influencia del coronavirus es ya similar a la registrada el 14 de enero. Además, «la positividad en pruebas es del 11% pero en personas es del 25%: 1 de cada 4 personas testadas está contagiada».
Soy mucho más que las malas cosas que me pasan. Mucho más que la enfermedad que me aqueja, o que el dolor de la soledad cuando me abandonan, o que la angustia que siento en las derrotas. No soy tan solo lo que he perdido, soy lo que sostengo entre mis manos frágiles. No soy sólo aquello que pasó y forma parte de mi vida, soy aún más ese corazón que retiene todo lo vivido. No puedo esperar a que la vida no sea tan difícil como ahora siento que es, para decidirme a ser feliz. No le pongo condiciones al tiempo, ni plazos, no busco que pase rápido o no pase. No le exijo a la vida lo que no puede prometerme, porque no lo posee, porque no es mío. Me canso de decirle a los que amo que me prometan que no se van a morir nunca. Ingenuamente lo hacen, porque me quieren. Entiendo muy bien que lo único imposible en mi camino es aquello que nunca intento. Sé que dejar de esperar algo bueno sólo ha de suceder tras el último aliento, nunca antes, nunca demasiado pronto. No me desanimo ni siquiera cuando se tuercen los caminos y de golpe parece todo perdido. No contagio desilusión, ni pesimismo, siempre una sonrisa y una mirada llena de esperanza. Por eso no me angustio en medio de la noche cuando parece imposible que el sol pueda rasgar el velo. El Papa Francisco escribe: «La historia de la salvación se cumple creyendo «contra toda esperanza» (Rm 4,18) a través de nuestras debilidades». Todo está bien, pienso muy dentro, y me siento en paz de repente, no tengo miedo incluso en medio de mis debilidades. Sé que todo estará bien aunque me sienta algo perdido a veces, o sin orientación, o sin un sentido. La oportunidad para elegir la vida la tengo aún cuando me hablen de estadísticas negativas y me muestren números escalofriantes de fracasos y de pérdidas. Soy mucho más que un número, que un tanto por ciento, que una cifra que queda impresa en un papel. Más que un nombre, que un diagnóstico, que una previsión hecha por expertos. Soy más que un curriculum objetivo y frío mandado muchas veces esperando respuesta. Aún más que mil palabras salidas de mi alma atrapadas en las redes. Soy más que las fotos de ahora o que las de entonces, cuando era más joven, sin canas. Soy más un amanecer que una noche. Y más una puesta de sol que la penumbra que me quita la paz. Soy estrella naciente entre muchas estrellas posibles. Una estrella única por mi luz, siempre presente en plena oscuridad. Soy esa posibilidad de vivir que tengo en mi mano, porque yo la elijo. Esa posibilidad de dejarme morir sin luchar, sin exigirme dar un nuevo paso, no es una opción, no lo elijo. Me gusta la actitud de un tenista, Rafael Nadal tras un partido: «Elijo luchar y no fallar en cuanto a actitud. Intentar no errar con la cabeza cuando lo hago con la raqueta. Eso es el deporte, luchar aunque las cosas parezcan imposibles». Sólo el último punto de un partido marca el final de algo, la constatación de una derrota. Y aún así no es tan grave, la vida sigue y tendré que levantarme de nuevo lleno de alegría. Los días pueden ser todos iguales, salvo que yo decida vivirlos de forma diferente, con una nueva intensidad. Me siento feliz de abrazar las horas que Dios me regala, sigo viviendo. Pinto de azul el cielo gris y visto la mañana de vivos colores. De esos que alegran el alma y llenan de fuego el espíritu. Decido tomar entre mis manos la felicidad, aún siendo pasajera. Me aferro a los sueños que un día me llenarán de vida el corazón. Y seré feliz, lo siento así, porque nada puede quitarme el optimismo ni la esperanza. Los días llegarán, pasará el tiempo, se cumplirán los plazos y tendré que volver a optar por lo mejor, por la vida, por la victoria que no está en mis manos. Puedo hacerlo, sin miedo, sin dudas. Ninguna mala noticia tiene la fuerza de cambiar mi ánimo. Ninguna oscuridad puede apagar la luz del sol que brilla. Ningún silencio es más fuerte que la canción que brota dentro de mi alma. Ninguna helada, ninguna sequía, acabarán con la fuerza de mi árbol, sus raíces son profundas. Tendrá que ver la vida con la profundidad de mis raíces, más que con la altura de mis ramas. Más con la hondura de mis creencias, que con la fluidez de mis palabras, de mis promesas. Sólo el corazón que está enterrado en la tierra de Dios puede seguir volando con su fuerza. Pese a su fragilidad y sus heridas.
No veo lo mismo que ven todos. Quizás me fijo en otros aspectos de la vida. O me quedo pegado en ciertas imágenes que aparentemente los demás no ven. Imagino escenas a partir de unas pocas palabras, me bastan para llorar por cosas que nadie ve, sólo yo las intuyo. Puede que perciba un mundo escondido bajo el agua, en la noche, un mundo diferente que sólo yo observo. Mientras los demás se quedan con otras realidades, más aparentes, más visibles, más tangibles. Y pienso que soy raro o extraño. O creo que no encajo. Me gusta una escena de la película Soul. La protagonista no encuentra su lugar en esta vida, no halla su camino: «La verdad es que siempre pensé que había algo malo conmigo. Ya sabes, tal vez no soy lo suficientemente buena para vivir. Pero luego tú me mostraste los propósitos, la pasión. Tal vez observar el cielo pueda ser mi chispa, o caminar, soy buena en eso de caminar». Hasta que la miran de una forma nueva. Y comienza a ver que lo que hay en ella es un camino para ser feliz, una oportunidad para desarrollar dones ocultos. Tengo mil oportunidades ante mis ojos para sacar a la luz lo que llevo escondido. No tengo que ser como los demás esperan. Ni siquiera cumplir con mi vida el sueño de otros, o calmar sus expectativas. Sólo necesito que alguien vea en mí una luz original, un sueño propio, virginal, sagrado. Un deseo de ser un destello de la luz de Dios entre los hombres. Sólo eso. ¿Acaso no conozco a personas que dan luz? Yo tengo una luz dentro. Cada uno tiene su luz, su brillo, su alma, su forma de irradiar algo que viene del cielo. Pero a veces, es verdad, la vida opaca mi luz. Se ahoga el grito de mi vida dentro de la garganta. Pierdo la fuerza interior, dejo de soñar con las alturas. Y mendigo cariño sin encontrar un sentido. Pero ¿realmente basta con encontrarle un sentido a las cosas? No, quizás no basta. Es necesario un paso más, un vuelo más alto, un fuego más poderoso para que todo pueda brillar de nuevo dentro de mí. ¿Basta con saber que alguien me ama como soy, en mi esencia, conociendo todos mis límites y carencias? ¿Basta un amor así o es necesario que yo también llegue a amar de la misma manera? Creo que sí. Esos dos amores son necesarios. Y luego el amor propio que me permite luchar superando mis barreras. Las que otros me han impuesto o las que yo he construido a base de decepciones. Hoy escucho: «Dios creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza». Tengo algo de Dios oculto en los pliegues de mi alma limitada. Tengo una forma parecida a la que Dios soñó al crearme. Estoy hecho para la eternidad mientras consumo mis días sin prestar atención al cielo. No deseo llegar pronto. En cualquier caso deseo, como todos, una vida plena. Y siento que necesito quererme más y ver lo bello que hay en mí. Quiero admirarme y subir la autoestima. Apreciar el tesoro que llevo escondido en una vasija de barro. Quisiera ser dueño de mis emociones. Y no correr como un loco de un lado para otro intentando apagar mil incendios y encender otros muchos fuegos. Cuanto más avanzo parece que el final del camino, ese final soñado, no sé cómo pero queda más lejos. Tal vez sólo me vale vivir ahora, en presente, soñar andando, sin prisas, sin hacer planes, sin proyectarme. Decido así no hacer planes que luego puedan desbaratarse. La vida es tan frágil y endeble como un castillo de naipes. O como un poema lanzado al viento, que no espera ningún eco. O como esa canción que no logro entonar cansada el alma. Beso mi hoy con pausa, sin decir mucho, guardando un silencio hondo y precioso. Me acepto en mi verdad, con mis límites, sin ocultar mis carencias. «Somos maestros en ocultar nuestras cualidades negativas ante la mirada de extraños, ¿no deberíamos esforzarnos también en cubrir las del prójimo con el manto del amor?» . Cubro con un manto las carencias ajenas. Y no me importa mostrarme débil ante quien me mira, con esa mirada que sólo tiene Dios al mirarme. Esa mirada que me acepta, acoge y no condena. Tengo claro que hay un propósito para mí en este mundo, un camino, un bosque, un lago y un mar para vivir tranquilo. Hay corazones a los que amar y en los que echar raíces. Hay una verdad en la vida que yo apenas deletreo con un corazón de niño. Y me quito el miedo de un manotazo para que no me impida emprender nuevos vuelos. Sé que mi vida se une con otras piezas en el puzle de mi historia. Encajando unas con otras o sobrando cuando sobran. Sé que no puedo vivir sin pasión la vida, sin esperanza. Cada presente que toco forma parte de mi historia. Y lo enfrento sin miedo, sin temer que se me escape. Lleno de esa esperanza santa de Jesús ante la vida. Me arrodillo tranquilo ante el futuro. Sé que puedo admirar la vida que Dios me entrega. No me detengo en mis faltas, defectos y carencias. Me fijo en los puntos fuertes, en mis dones y talentos. Lo mismo hago con mi hermano, con aquel con quien navego. Veo sólo lo que brilla, no me fijo en lo que está muerto. Admiro la belleza como Dios admira la mía. Siento la paz dentro. Todo encaja.
Creo que en la vida se trata más de vivir las cosas con naturalidad que tratar de sobrenaturalizarlo todo. Temo a aquel que para cualquier cosa que le sucede encuentra siempre una explicación divina. Temo a los que se empeñan en justificar todo lo que hacen buscando un mandato de Dios. Temo a los que no aceptan sus deficiencias naturales, no aceptan sus errores y desconfían de los pecadores. Me asustan los que no saben convivir con cualquiera y en seguida hacen grupos para dejar lejos a los que les incomodan. Me preocupan los que ven con facilidad la paja en el ojo ajeno y no perciben la viga en el propio. No sé por qué creo que Dios está en lo más natural de mi vida. Y para rezar no tengo que hacer grandes cosas porque la vida consiste en caminar con Él, de su mano. «Si no podemos jugar tranquilamente con nuestros hijos, tampoco podremos hablar con Dios. Si no podemos dar un paseo con ellos al aire libre, tampoco podremos hablar con Dios. Será bueno para nuestra familia pasar la mayor cantidad posible de tiempo en nuestra casa. Si no utilizamos los caminos y medios naturales, tampoco sabremos cómo aplicar los medios sobrenaturales» . Será entonces que la única forma que tengo de vivir es con mi cuerpo. Y no es una cárcel, más bien es una pértiga lanzada al cielo y yo volando sobre ella, en ella, hasta poder tocar a Dios. Mi cuerpo puede ser una bendición o hacerme maldito, depende de cómo viva la vida en lo más humano. Si no logro hablar con hondura con quien me escucha y me habla, ¿cómo haré para escuchar la voz de Dios y decirle mis palabras? Si no logro acariciar a quien amo y decírselo con palabras. Si no logro cuidar las relaciones que Dios me ha dado, ¿cómo voy a amar a ese Dios al que no veo? Lo humano y lo divino van de la mano. Y Dios camina a mi lado, sólo tengo que verlo. Unir a Dios con mi mundo, con mi alma, con mi cuerpo. Unir lo que en mí tiende a estar dividido. Digo que algo es puro, cuando rompe con el cuerpo. Y algo está contaminado, cuando está demasiado presente lo humano. Divido con mi razón lo que Dios creó unido. No sé por qué he nacido con esa división interna. Mi amor mezquino desea amar y ser amado, incluso más lo segundo. Pero a veces no basta con un amor pausado, de diario, de lo cotidiano. Y el corazón salvaje y herido busca experiencias fuertes para llenar los vacíos. Miro mi vida y agradezco haber sido amado en lo humano. Y en medio de mis heridas haber recibido abrazos. Sé que lo más del mundo es lo que Dios ha salvado. Él pasó curando almas, y reestableciendo heridas. Tocando y dejándose tocar. Sufriendo y sosteniendo a los que sufrían. Ese Jesús tan humano me recuerda lo importante. Cada vez que peco huyo, está mal, debería volver a Dios a entregarle mis penas. Cada vez que hiero, escondo la mano, para no sufrir la pena. Debería pedir perdón y perdonar. Soy hombre y soy de Dios. Soy niño y soy anciano. Tengo la sabiduría aprendida al ir de la mano de Jesús. Y siento en mis entrañas una sed insaciable. Quiero amar a los cansados cuando descanso. Y quiero aprender a vivir la vida uniendo, jamás quiero dividir. Espero que me perdonen cuando sin querer ofendo. Deseo que me aconsejen cuando sigo un mal camino. Y me devuelvan la vida siempre que voy y la pierdo. Quiero mirar a lo alto esperando una sonrisa. Sin temer que el tiempo pase, no sé detener el tiempo. Me gustan los que disfrutan de lo humano con los suyos, los que juegan y se ríen, los que bendicen sus sueños. Los que han sembrado en sus casas semillas de amor eterno. Los que aprenden de sus errores, los que corrigen sus pasos. Los que enmiendan sus miradas y callan sus desvaríos. Me gustan los que consuelan con palabras o silencios. Los que esperan al que ha partido y aguardan la vida eterna. Siento muy cerca al que sufre la vida estando enfermo. Y la disfruta en lo humano pues ha ganada esas cosas que sólo la cruz enseña. Decía Olatz Vázquez al hablar de su cáncer: «He ganado tiempo, tiempo para mí. He ganado en amor; la enfermedad me ha enseñado el verdadero sentido de esta palabra. He ganado personas, compañeras, amigas que sin conocerlas ya forman parte de mi vida. He perdido el miedo a morir, y para mí eso ya es ganar. He ganado en sabiduría; me siento alma vieja. He ganado en autoestima. He ganado en fortaleza. He ganado a la persona que soy hoy. Porque después de un año puedo decir que me siento enormemente orgullosa de la mujer que el cáncer ha hecho de mí». Admiro a los que ven así la vida y saben sacar ganancia de un dolor tan extremo. Que descubren en la noche la luz de las estrellas. Y en medio de los dolores han descubierto la calma de una mano amiga. Sonríen cuando están tristes. Y confían cuando otros ya no creen. Y se hacen más sabios, más humanos, más comprensivos. Y la cruz los hace más hondos y verdaderos. Despojados de mentiras. Enfrentados con su verdad desnuda. Acariciando sus sueños. Valorando lo que ahora tienen. Más fuertes, más sabios, más ricos en sus heridas
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Hermano:
«No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos
enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe»
«Me siento feliz de abrazar las horas que Dios me regala.
Pinto de azul el cielo gris y visto la mañana de vivos colores. De esos que
alegran el alma y llenan de fuego el espíritu»
La mitad de los municipios registran altos niveles
La situación epidemiológica en Asturias es cada vez más
preocupante. 31 de los 78 concejos de Asturias notifican una incidencia
acumulada en siete días muy superior al umbral establecido. Según los datos
publicados hoy por el Observatorio de Salud de Asturias estos se sitúan ya en
riesgo alto, muy alto o extremo y la influencia del coronavirus es ya similar a
la registrada el 14 de enero. Además, «la positividad en pruebas es del 11%
pero en personas es del 25%: 1 de cada 4 personas testadas está contagiada».
Soy mucho más que las malas cosas que me pasan. Mucho más
que la enfermedad que me aqueja, o que el dolor de la soledad cuando me
abandonan, o que la angustia que siento en las derrotas. No soy tan solo lo que
he perdido, soy lo que sostengo entre mis manos frágiles. No soy sólo aquello
que pasó y forma parte de mi vida, soy aún más ese corazón que retiene todo lo
vivido. No puedo esperar a que la vida no sea tan difícil como ahora siento que
es, para decidirme a ser feliz. No le pongo condiciones al tiempo, ni plazos, no
busco que pase rápido o no pase. No le exijo a la vida lo que no puede
prometerme, porque no lo posee, porque no es mío. Me canso de decirle a los que
amo que me prometan que no se van a morir nunca. Ingenuamente lo hacen, porque
me quieren. Entiendo muy bien que lo único imposible en mi camino es aquello
que nunca intento. Sé que dejar de esperar algo bueno sólo ha de suceder tras
el último aliento, nunca antes, nunca demasiado pronto. No me desanimo ni
siquiera cuando se tuercen los caminos y de golpe parece todo perdido. No
contagio desilusión, ni pesimismo, siempre una sonrisa y una mirada llena de
esperanza. Por eso no me angustio en medio de la noche cuando parece imposible
que el sol pueda rasgar el velo. El Papa Francisco escribe: «La historia de la
salvación se cumple creyendo «contra toda esperanza» (Rm 4,18) a través de
nuestras debilidades». Todo está bien, pienso muy dentro, y me siento en paz de
repente, no tengo miedo incluso en medio de mis debilidades. Sé que todo estará
bien aunque me sienta algo perdido a veces, o sin orientación, o sin un
sentido. La oportunidad para elegir la vida la tengo aún cuando me hablen de
estadísticas negativas y me muestren números escalofriantes de fracasos y de
pérdidas. Soy mucho más que un número, que un tanto por ciento, que una cifra
que queda impresa en un papel. Más que un nombre, que un diagnóstico, que una
previsión hecha por expertos. Soy más que un curriculum objetivo y frío mandado
muchas veces esperando respuesta. Aún más que mil palabras salidas de mi alma
atrapadas en las redes. Soy más que las fotos de ahora o que las de entonces,
cuando era más joven, sin canas. Soy más un amanecer que una noche. Y más una
puesta de sol que la penumbra que me quita la paz. Soy estrella naciente entre
muchas estrellas posibles. Una estrella única por mi luz, siempre presente en
plena oscuridad. Soy esa posibilidad de vivir que tengo en mi mano, porque yo
la elijo. Esa posibilidad de dejarme morir sin luchar, sin exigirme dar un
nuevo paso, no es una opción, no lo elijo. Me gusta la actitud de un tenista,
Rafael Nadal tras un partido: «Elijo luchar y no fallar en cuanto a actitud.
Intentar no errar con la cabeza cuando lo hago con la raqueta. Eso es el
deporte, luchar aunque las cosas parezcan imposibles». Sólo el último punto de
un partido marca el final de algo, la constatación de una derrota. Y aún así no
es tan grave, la vida sigue y tendré que levantarme de nuevo lleno de alegría.
Los días pueden ser todos iguales, salvo que yo decida vivirlos de forma
diferente, con una nueva intensidad. Me siento feliz de abrazar las horas que
Dios me regala, sigo viviendo. Pinto de azul el cielo gris y visto la mañana de
vivos colores. De esos que alegran el alma y llenan de fuego el espíritu.
Decido tomar entre mis manos la felicidad, aún siendo pasajera. Me aferro a los
sueños que un día me llenarán de vida el corazón. Y seré feliz, lo siento así,
porque nada puede quitarme el optimismo ni la esperanza. Los días llegarán,
pasará el tiempo, se cumplirán los plazos y tendré que volver a optar por lo
mejor, por la vida, por la victoria que no está en mis manos. Puedo hacerlo,
sin miedo, sin dudas. Ninguna mala noticia tiene la fuerza de cambiar mi ánimo.
Ninguna oscuridad puede apagar la luz del sol que brilla. Ningún silencio es
más fuerte que la canción que brota dentro de mi alma. Ninguna helada, ninguna
sequía, acabarán con la fuerza de mi árbol, sus raíces son profundas. Tendrá
que ver la vida con la profundidad de mis raíces, más que con la altura de mis
ramas. Más con la hondura de mis creencias, que con la fluidez de mis palabras,
de mis promesas. Sólo el corazón que está enterrado en la tierra de Dios puede
seguir volando con su fuerza. Pese a su fragilidad y sus heridas.
No veo lo mismo que ven todos. Quizás me fijo en otros
aspectos de la vida. O me quedo pegado en ciertas imágenes que aparentemente
los demás no ven. Imagino escenas a partir de unas pocas palabras, me bastan
para llorar por cosas que nadie ve, sólo yo las intuyo. Puede que perciba un
mundo escondido bajo el agua, en la noche, un mundo diferente que sólo yo
observo. Mientras los demás se quedan con otras realidades, más aparentes, más
visibles, más tangibles. Y pienso que soy raro o extraño. O creo que no encajo.
Me gusta una escena de la película Soul. La protagonista no encuentra su lugar
en esta vida, no halla su camino: «La verdad es que siempre pensé que había
algo malo conmigo. Ya sabes, tal vez no soy lo suficientemente buena para
vivir. Pero luego tú me mostraste los propósitos, la pasión. Tal vez observar
el cielo pueda ser mi chispa, o caminar, soy buena en eso de caminar». Hasta
que la miran de una forma nueva. Y comienza a ver que lo que hay en ella es un
camino para ser feliz, una oportunidad para desarrollar dones ocultos. Tengo
mil oportunidades ante mis ojos para sacar a la luz lo que llevo escondido. No
tengo que ser como los demás esperan. Ni siquiera cumplir con mi vida el sueño
de otros, o calmar sus expectativas. Sólo necesito que alguien vea en mí una
luz original, un sueño propio, virginal, sagrado. Un deseo de ser un destello
de la luz de Dios entre los hombres. Sólo eso. ¿Acaso no conozco a personas que
dan luz? Yo tengo una luz dentro. Cada uno tiene su luz, su brillo, su alma, su
forma de irradiar algo que viene del cielo. Pero a veces, es verdad, la vida
opaca mi luz. Se ahoga el grito de mi vida dentro de la garganta. Pierdo la
fuerza interior, dejo de soñar con las alturas. Y mendigo cariño sin encontrar
un sentido. Pero ¿realmente basta con encontrarle un sentido a las cosas? No, quizás
no basta. Es necesario un paso más, un vuelo más alto, un fuego más poderoso
para que todo pueda brillar de nuevo dentro de mí. ¿Basta con saber que alguien
me ama como soy, en mi esencia, conociendo todos mis límites y carencias?
¿Basta un amor así o es necesario que yo también llegue a amar de la misma
manera? Creo que sí. Esos dos amores son necesarios. Y luego el amor propio que
me permite luchar superando mis barreras. Las que otros me han impuesto o las
que yo he construido a base de decepciones. Hoy escucho: «Dios creó al hombre
incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza». Tengo algo de Dios
oculto en los pliegues de mi alma limitada. Tengo una forma parecida a la que
Dios soñó al crearme. Estoy hecho para la eternidad mientras consumo mis días
sin prestar atención al cielo. No deseo llegar pronto. En cualquier caso deseo,
como todos, una vida plena. Y siento que necesito quererme más y ver lo bello
que hay en mí. Quiero admirarme y subir la autoestima. Apreciar el tesoro que
llevo escondido en una vasija de barro. Quisiera ser dueño de mis emociones. Y
no correr como un loco de un lado para otro intentando apagar mil incendios y
encender otros muchos fuegos. Cuanto más avanzo parece que el final del camino,
ese final soñado, no sé cómo pero queda más lejos. Tal vez sólo me vale vivir
ahora, en presente, soñar andando, sin prisas, sin hacer planes, sin
proyectarme. Decido así no hacer planes que luego puedan desbaratarse. La vida
es tan frágil y endeble como un castillo de naipes. O como un poema lanzado al
viento, que no espera ningún eco. O como esa canción que no logro entonar
cansada el alma. Beso mi hoy con pausa, sin decir mucho, guardando un silencio
hondo y precioso. Me acepto en mi verdad, con mis límites, sin ocultar mis
carencias. «Somos maestros en ocultar nuestras cualidades negativas ante la
mirada de extraños, ¿no deberíamos esforzarnos también en cubrir las del
prójimo con el manto del amor?» . Cubro con un manto las carencias ajenas. Y no
me importa mostrarme débil ante quien me mira, con esa mirada que sólo tiene
Dios al mirarme. Esa mirada que me acepta, acoge y no condena. Tengo claro que
hay un propósito para mí en este mundo, un camino, un bosque, un lago y un mar
para vivir tranquilo. Hay corazones a los que amar y en los que echar raíces.
Hay una verdad en la vida que yo apenas deletreo con un corazón de niño. Y me
quito el miedo de un manotazo para que no me impida emprender nuevos vuelos. Sé
que mi vida se une con otras piezas en el puzle de mi historia. Encajando unas
con otras o sobrando cuando sobran. Sé que no puedo vivir sin pasión la vida,
sin esperanza. Cada presente que toco forma parte de mi historia. Y lo enfrento
sin miedo, sin temer que se me escape. Lleno de esa esperanza santa de Jesús
ante la vida. Me arrodillo tranquilo ante el futuro. Sé que puedo admirar la
vida que Dios me entrega. No me detengo en mis faltas, defectos y carencias. Me
fijo en los puntos fuertes, en mis dones y talentos. Lo mismo hago con mi
hermano, con aquel con quien navego. Veo sólo lo que brilla, no me fijo en lo
que está muerto. Admiro la belleza como Dios admira la mía. Siento la paz
dentro. Todo encaja.
Creo que en la vida se trata más de vivir las cosas con
naturalidad que tratar de sobrenaturalizarlo todo. Temo a aquel que para
cualquier cosa que le sucede encuentra siempre una explicación divina. Temo a
los que se empeñan en justificar todo lo que hacen buscando un mandato de Dios.
Temo a los que no aceptan sus deficiencias naturales, no aceptan sus errores y
desconfían de los pecadores. Me asustan los que no saben convivir con
cualquiera y en seguida hacen grupos para dejar lejos a los que les incomodan.
Me preocupan los que ven con facilidad la paja en el ojo ajeno y no perciben la
viga en el propio. No sé por qué creo que Dios está en lo más natural de mi
vida. Y para rezar no tengo que hacer grandes cosas porque la vida consiste en
caminar con Él, de su mano. «Si no podemos jugar tranquilamente con nuestros
hijos, tampoco podremos hablar con Dios. Si no podemos dar un paseo con ellos
al aire libre, tampoco podremos hablar con Dios. Será bueno para nuestra
familia pasar la mayor cantidad posible de tiempo en nuestra casa. Si no
utilizamos los caminos y medios naturales, tampoco sabremos cómo aplicar los
medios sobrenaturales» . Será entonces que la única forma que tengo de vivir es
con mi cuerpo. Y no es una cárcel, más bien es una pértiga lanzada al cielo y
yo volando sobre ella, en ella, hasta poder tocar a Dios. Mi cuerpo puede ser
una bendición o hacerme maldito, depende de cómo viva la vida en lo más humano.
Si no logro hablar con hondura con quien me escucha y me habla, ¿cómo haré para
escuchar la voz de Dios y decirle mis palabras? Si no logro acariciar a quien
amo y decírselo con palabras. Si no logro cuidar las relaciones que Dios me ha
dado, ¿cómo voy a amar a ese Dios al que no veo? Lo humano y lo divino van de
la mano. Y Dios camina a mi lado, sólo tengo que verlo. Unir a Dios con mi
mundo, con mi alma, con mi cuerpo. Unir lo que en mí tiende a estar dividido.
Digo que algo es puro, cuando rompe con el cuerpo. Y algo está contaminado,
cuando está demasiado presente lo humano. Divido con mi razón lo que Dios creó
unido. No sé por qué he nacido con esa división interna. Mi amor mezquino desea
amar y ser amado, incluso más lo segundo. Pero a veces no basta con un amor
pausado, de diario, de lo cotidiano. Y el corazón salvaje y herido busca
experiencias fuertes para llenar los vacíos. Miro mi vida y agradezco haber
sido amado en lo humano. Y en medio de mis heridas haber recibido abrazos. Sé
que lo más del mundo es lo que Dios ha salvado. Él pasó curando almas, y
reestableciendo heridas. Tocando y dejándose tocar. Sufriendo y sosteniendo a
los que sufrían. Ese Jesús tan humano me recuerda lo importante. Cada vez que
peco huyo, está mal, debería volver a Dios a entregarle mis penas. Cada vez que
hiero, escondo la mano, para no sufrir la pena. Debería pedir perdón y
perdonar. Soy hombre y soy de Dios. Soy niño y soy anciano. Tengo la sabiduría
aprendida al ir de la mano de Jesús. Y siento en mis entrañas una sed
insaciable. Quiero amar a los cansados cuando descanso. Y quiero aprender a
vivir la vida uniendo, jamás quiero dividir. Espero que me perdonen cuando sin
querer ofendo. Deseo que me aconsejen cuando sigo un mal camino. Y me devuelvan
la vida siempre que voy y la pierdo. Quiero mirar a lo alto esperando una
sonrisa. Sin temer que el tiempo pase, no sé detener el tiempo. Me gustan los
que disfrutan de lo humano con los suyos, los que juegan y se ríen, los que
bendicen sus sueños. Los que han sembrado en sus casas semillas de amor eterno.
Los que aprenden de sus errores, los que corrigen sus pasos. Los que enmiendan
sus miradas y callan sus desvaríos. Me gustan los que consuelan con palabras o
silencios. Los que esperan al que ha partido y aguardan la vida eterna. Siento
muy cerca al que sufre la vida estando enfermo. Y la disfruta en lo humano pues
ha ganada esas cosas que sólo la cruz enseña. Decía Olatz Vázquez al hablar de
su cáncer: «He ganado tiempo, tiempo para mí. He ganado en amor; la enfermedad
me ha enseñado el verdadero sentido de esta palabra. He ganado personas,
compañeras, amigas que sin conocerlas ya forman parte de mi vida. He perdido el
miedo a morir, y para mí eso ya es ganar. He ganado en sabiduría; me siento
alma vieja. He ganado en autoestima. He ganado en fortaleza. He ganado a la
persona que soy hoy. Porque después de un año puedo decir que me siento
enormemente orgullosa de la mujer que el cáncer ha hecho de mí». Admiro a los
que ven así la vida y saben sacar ganancia de un dolor tan extremo. Que
descubren en la noche la luz de las estrellas. Y en medio de los dolores han
descubierto la calma de una mano amiga. Sonríen cuando están tristes. Y confían
cuando otros ya no creen. Y se hacen más sabios, más humanos, más comprensivos.
Y la cruz los hace más hondos y verdaderos. Despojados de mentiras. Enfrentados
con su verdad desnuda. Acariciando sus sueños. Valorando lo que ahora tienen.
Más fuertes, más sabios, más ricos en sus heridas
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario