El 1º de julio, es la festividad de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que hace pendant de la de Corpus Christi. Con ella se completa en el año litúrgico la conmemoración de la Santísima Eucaristía: el Jueves Santo dedicado a recordar su institución durante la Última Cena; Corpus, a celebrarla especialmente bajo la especie del pan, y la fiesta que nos ocupa, bajo la especie del vino.
El culto a la Preciosísima Sangre es tan antiguo como el Cristianismo, ligado como está a la Cruz de Jesucristo, objeto primordial de la predicación apostólica (como puede verse en San Pablo). El derramamiento de sangre como expresión suprema del sacrificio (“Sine sanguinis effussione non fit remissio”), acto principal de la virtud de religión, está, además, ínsito en todas las creencias que hacen referencia a lo trascendente y numinoso, como lo demuestran la fenomenología y la historia de las religiones. No hay religión auténtica sin sacrificio y, consiguientemente, sin sacerdocio (por eso, el budismo, por ejemplo, es considerado más una filosofía). Vale la pena recordar la definición de sacrificio aportada por el benedictino Dom Anscario Vonier en su precioso librito Doctrina y Clave de la Eucaristía: “es la oblación de una cosa sensible, por su real o mística destrucción, que se hace a Dios como reconocimiento de nuestra absoluta dependencia respecto de Él”.
El sacrificio de la Cruz canceló todos los demás de la Ley Antigua, defectuosos por la insuficiencia de las víctimas, que no podían satisfacer condignamente el honor y la justicia divina. Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado, hecho víctima, satisface no sólo condignamente, sino sobreabundantemente, porque todos sus actos son teándricos (a la vez divinos y humanos) y, por lo tanto, infinitamente meritorios. Su Pasión y Muerte sobre la Cruz bastaron una sola vez (semel) por todas, pero la repetición de los actos de religión es necesaria no sólo para favorecer este hábito (parte de la virtud cardinal de la justicia), sino para aumentar la gloria accidental de Dios. Por eso, Nuestro Señor instituyó la Santa Misa, por medio de la cual se renueva –mística e incruenta pero realmente– el sacrificio cumplido históricamente sobre el Calvario. Así también se prolongan en el tiempo y en el espacio y se aplican de modo actual los efectos salutíferos de éste.
En la Santa Misa el momento cumbre en el que se verifica el sacrificio es el de la consagración, mediante la cual, en virtud de las palabras de la institución pronunciadas separadamente por el sacerdote in persona Christi sobre el pan y el cáliz, se efectúa místicamente la destrucción de la Divina Víctima. La separación del Cuerpo y la Sangre del Señor mediante la doble consagración constituye la esencia del sacrificio eucarístico. Pero en cada una de las especies consagradas subsiste de modo misterioso, íntegro y permanente Jesucristo con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Esta Presencia Real posibilita el sacramento de la comunión y la adoración eucarística. Ambas cosas pueden realizarse con cualquiera de las dos especies. En principio, la comunión bajo la sola especie de vino es tan completa como la que se hace con la sagrada forma y nada impediría el culto del vino consagrado. La Iglesia, sin embargo, sabiamente ha restringido a la especie del pan ambos actos (excepto en el caso de la comunión sub utraque specie, preceptivo para los sacerdotes que celebran la misa y esporádico para los fieles de rito latino).
La devoción a la Preciosísima Sangre, latente en la Iglesia de los Mártires (cuya sangre derramada en testimonio de su fe era considerada participación de la Sangre del Redentor) y en la Patrística (sobre todo, gracias a san Agustín), conoció un gran desarrolló durante la Edad Media gracias a algunos prodigios eucarísticos, como los famosos milagros de los Corporales de Daroca (1239) y de Bolsena (1264), este último inmortalizado por Rafael en la Estancia de Heliodoro del Palacio Apostólico Vaticano. También por obra de algunos místicos como Santa Catalina de Siena y, más tarde, la beata Hosanna de Mantua, santa María Magdalena de Pazzis, la venerable sor Ana de Jesús (compañera de santa Teresa), Francisca de Bermond y santa María Francisca de las Cinco Llagas. Se ha de considerar asimismo la existencia de reliquias de la Preciosísima Sangre, cuyo culto está en el origen de muchas cofradías, como la Congrégation des Bonshommes fundada en el siglo XIII en Inglaterra por el duque Ricardo de Cornualles, hermano de Enrique III e hijo de Juan Sin Tierra. En fin, ¿cómo olvidar el Santo Grial, que, según, cuenta la Tradición, fue el cáliz usado por Nuestro Señor en la Última Cena y contuvo parte de la Preciosísima Sangre derramada sobre la Cruz? Esta reliquia que se venera en la Catedral de Valencia ha dado origen a múltiples leyendas, como la Quête du Graal del ciclo caballeresco del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda (asunto del Parsifal de Wagner), y también, desgraciadamente, a deformaciones pseudo-históricas (como las ficciones de Dan Brown).
La introducción del culto de la Preciosísima Sangre en la Liturgia Católica es más bien reciente. En Roma existía una cofradía a ella dedicada bajo Gregorio XIII (1572-1580). En 1808 era revivida por san Gaspar del Búfalo (fundador de los Misioneros de la Preciosa Sangre) y el P. Francesco Albertini en la iglesia de San Nicolás in Carcere Tulliano y elevada a archicofradía y enriquecida con numerosas indulgencias por Pío VII (1800-1823). Pero no fue hasta el pontificado del beato Pío IX cuando se instituyó la fiesta. El papa Mastai –que también había favorecido con diversos privilegios la archicofradía romana y había aprobado el Escapulario Rojo– dio un decreto en 1849, al regreso de su exilio de Gaeta, estableciendo una fiesta peculiar en honor de la Preciosísima Sangre a celebrarse en Roma con misa propia el primer domingo de julio. No podía ser más oportuno este recuerdo tan especial de la Pasión de Jesucristo en unos difíciles momentos para el Pontificado Romano, en trance de pasar su propia pasión por obra de la Revolución liberal y del Risorgimento.
En el año santo de 1933, para conmemorar el milésimo nongentésimo aniversario de la Pasión de Nuestro Señor, Pío XI extendió la festividad de la Preciosísima Sangre a la Iglesia universal con la categoría litúrgica de doble de primera clase (la máxima). San Juan XXIII aprobó el 3 de marzo de 1960 las Letanías respectivas, mandando incluirlas en el Rituale Romanum (tit. XI, cap. III), con lo que pasaron a ser auténticas (son las que reproducimos en estas líneas). Recomendamos vivamente rezarlas diariamente durante este mes de julio que empieza, a poder ser acompañando el Septenario de la Preciosísima Sangre que consignamos a continuación.
SEPTENARIO DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE
Oración preparatoria
¡Oh Sangre preciosa de Jesús!, precio infinito del rescate de la humanidad pecadora, bebida y lavatorio de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema Misericordia, os adoro profundamente, y quisiera, en cuanto me fuere posible, resarciros de las injurias y ultrajes que recibís continuamente de los hombres, especialmente de aquellos que se atreven temerariamente a blasfemar contra Vos. ¿Y quién no bendecirá esta Sangre de valor infinito? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús, que la derrama? ¿Qué sería de mí si no hubiese sido rescatado por esta Sangre divina? ¿Quién ha sacado de las venas de mi Señor hasta la última gota? ¡Ah! Ha sido ciertamente el amor. ¡Oh, amor inmenso, que nos has dado este tan saludable bálsamo! ¡Oh bálsamo inapreciable, brotado del manantial de un inmenso amor! ¡Ah! Haced que todos los corazones y todas las lenguas os puedan alabar, ensalzar y dar gracias, ahora y por siempre. Amén.
I
Eterno Padre, os ofrezco los méritos de la preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino Redentor mío, por la propagación y exaltación de mi querida Madre la Santa Iglesia, por la conservación y prosperidad de su Cabeza visible, el Soberano Romano Pontífice, por los Cardenales, Obispos y Pastores de almas y por todos los ministros del Santuario. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha salvado.
II
Eterno Padre, os ofrezco los méritos de la preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino Redentor mío, por la paz y concordia entre los reyes y príncipes [gobernantes] católicos, por la humillación de los enemigos de la santa Fe y por la felicidad del pueblo cristiano. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha salvado.
III
Eterno Padre, os ofrezco los méritos de la preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino Redentor mío, por la propagación y exaltación de mi querida Madre la Santa Iglesia, por el retorno de los incrédulos, por la extirpación de todas las herejías y por la conversión de los pecadores. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha salvado.
IV
Eterno Padre, os ofrezco los méritos de la preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino Redentor mío, por todos mis parientes, amigos y enemigos, por los indigentes, enfermos y atribulados, y por todos aquellos por quienes sabéis que debo rogar y por quienes queréis Vos que ruegue. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha salvado.
V
Eterno Padre, os ofrezco los méritos de la preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino Redentor mío, por todos aquellos que hoy pasarán a la otra vida, para que los libréis de las penas del infierno y los admitáis con la mayor solicitud en la posesión de vuestra gloria. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha salvado.
VI
Eterno Padre, os ofrezco los méritos de la preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino Redentor mío, por todos aquellos que aman un tan gran tesoro, por todos los que se han unido conmigo en adorarlo y honrarlo, y, en fin, por todos los que se ocupan en propagar esta devoción. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha salvado.
VII
Eterno Padre, os ofrezco los méritos de la preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino Redentor mío, por todas mis necesidades espirituales y temporales; en sufragio de las santas almas del purgatorio, especialmente de las que han sido más devotas del precio de nuestra redención y de los dolores y las penas de nuestra amada Madre María Santísima. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha salvado.
Alabada sea la Sangre de Jesús, ahora y siempre y por todos los siglos de los siglos. Amén.
Letanías de la Preciosa Sangre
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espiritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.
Sangre de Cristo, hijo único del Padre Eterno, sálvanos.
Sangre de Cristo, Verbo encarnado,
Sangre de Cristo, Nuevo y Antiguo Testamento,
Sangre de Cristo, derramada sobre la tierra durante su agonía,
Sangre de Cristo, vertida en la flagelación,
Sangre de Cristo, que emanó de la corona de espinas,
Sangre de Cristo, derramada sobre la Cruz,
Sangre de Cristo, precio de nuestra salvación,
Sangre de Cristo, sin la cual no puede haber remisión,
Sangre de Cristo, alimento eucarístico y purificación de las almas,
Sangre de Cristo, manantial de misericordia,
Sangre de Cristo, victoria sobre los demonios,
Sangre de Cristo, fuerza de los mártires,
Sangre de Cristo, virtud de los confesores,
Sangre de Cristo, fuente de virginidad,
Sangre de Cristo sostén de los que están en peligro,
Sangre de Cristo, alivio de los que sufren,
Sangre de Cristo, consolación en las penas,
Sangre de Cristo, espíritu de los penitentes,
Sangre de Cristo, auxilio de los moribundos,
Sangre de Cristo, paz y dulzura de los corazones,
Sangre de Cristo, prenda de la vida eterna,
Sangre de Cristo que libera a las almas del Purgatorio,
Sangre de Cristo, digna de todo honor y de toda gloria,
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, perdónanos Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, escúchanos Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.
V. Nos rescataste, Señor, por tu Sangre.
R. E hiciste nuestro el reino de los cielos.
Oremos. Dios Eterno y Todopoderoso que constituíste a tu hijo único Redentor del mundo, y que quisiste ser apaciguado por su sangre, haz que venerando el precio de nuestra salvación y estando protegidos por él sobre la tierra contra los males de esta vida, recojamos la recompensa eterna en el Cielo. Por Jesucristo Nuestro Señor. V. Amén.
Oración a la preciosa sangre de Cristo
Oh! Sangre adorable de mi amado Jesús, precio de la redención del mundo y fuente de vida eterna que purificais nuestras almas. Sangre preciosíssimo, que intercedáis poderosamente por nosotros ante el trono de la suprema misericordia, os amo profundamente y quiero reparar con mis adoraciones y mi fervor, todas las injurias y ultrajes que continuamente recibís de los hombres, especialmente en el santísimo sacramento del altar. Los amo, dulce Jesús mío; imprimí en mi alma el recuerdo de vuestra pasión pasión. Haz que la memoria de vuestros dolores y sufrimientos derrame en mi alma un horror supremo al pecado y un ardentíssimo amor por vos, para corresponder de alguna manera al sacrificio que hiciste en la cruz por mi salvación y rescate. Así es.
Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales