21 de mayo de 2020
Hermano:
Con frecuencia me veo pensando como todos piensan. Me
dejo llevar por la corriente para no desentonar. Y al mismo tiempo me indigno
cuando alguien se mantiene en su opinión, diferente a la de muchos, a la mía y
no acepta la mirada de la mayoría. Me cuestan las posturas contrarias, las
personas insobornables, firmes, auténticas. No soy tolerante con el diferente.
Digo que cualquiera puede decir lo que piensa, pero luego en mi interior deseo
que todos piensen como yo. Brota en mi corazón ese pequeño dictador que llevo
dentro. Surge en mí el deseo de que todos piensen como yo y nadie desentone.
Educo en el pensamiento único, para que nadie se desvíe de mi forma de ver las
cosas. ¡Qué fácil resulta caer en la masificación! El otro día vi un video de
un profesor. En su clase puso un ejemplo de comportamiento social. Les preguntó
a todos por el color de una carpeta. Era verde. Les dijo que iba a hacer un
experimento. Les pidió a todos que dijeran que la carpeta era roja cuando les
preguntara. Así lo hicieron después de que llegó el último alumno. Ese joven
miraba perplejo. No podía creer que algunos dijeran que era roja cuando
resultaba obvio que era verde. Cuando la profesora le preguntó a él, después de
que todos hubieran afirmado que era roja, él dudó y dijo lo mismo que todos. La
clase estalló en una carcajada. Bajo la influencia de la masa me mimetizo.
Acabo pensando como todos para que no me rechacen, no me hieran, no me ataquen.
Me cuesta defender una opinión distinta y mantenerme firme en lo que pienso o
creo. Lo mismo me sucede al tomar decisiones, al optar por lo que yo creo que
me pide Dios. Por otro lado, puedo creer que la obediencia es el valor supremo,
a la hora de decidir. Leía el otro día sobre la batalla final que pierde
Napoleón en Waterloo. Un almirante, Grouchy, tiene en sus manos cambiar la
historia, pero no lo hace porque se mantiene firme en su obediencia ciega a la
orden recibida: «Ese momento que de cuando en cuando se presenta a los
mortales, entregándose al hombre anodino que no sabe utilizarlo. Las virtudes
ciudadanas, la previsión, la disciplina, el celo y la prudencia, valores
magníficos en circunstancias normales del vivir cotidiano se diluyen, fundidas
por el fuego glorioso del instante del destino que exige el genio para poder
plasmarlo en una imagen imperecedera» . Este militar firme y obediente se
convierte en un hombre irresoluto. Su amor a la disciplina no le permite
reaccionar cuando lo exigen las circunstancias. No desobedece la orden dada por
Napoleón y no corre a socorrerlo en la batalla. Aguarda obedeciendo. Hay
momentos en los que se me exige audacia, capacidad de decisión, mirar dentro de
mí y decidir. No todo está cristalino en cada momento. No basta con obedecer a
los hombres en sus mandatos claros. Hay momentos en los que tengo que buscar en
mi corazón al Dios que camina conmigo en la soledad, en la penumbra y decidir a
su lado. El peligro es dejarme llevar por lo que los demás me piden. O tener
demasiado miedo a equivocarme. O atarme tanto a la norma que no me quede
espacio para actuar de forma diferente. O preguntarle a un sacerdote o a un
sicólogo para que decida por mí, como si fuera una receta. Creo que la vida se
juega en esos momentos en los que se me pide dar un paso audaz, un paso hacia
delante y buscar lo que quiero, lo que quiere Dios para mí. ¿Y si me confundo?
¿Y si estoy equivocando? Siempre es posible equivocarme y cometer errores graves.
Es posible confundirme de camino. Pero no por eso voy a dejar de actuar, de
ponerme en marcha, de ser audaz, de pensar por mí mismo. Lo que la mayoría
piensa no puede determinar mi forma de vivir y actuar. Quiero tener un
pensamiento propio. Quiero discernir y observar la realidad con mis ojos, no
con los ojos de muchos, de la mayoría. No siempre lo que todos piensan es lo
correcto. No siempre los actos que esperan de mí los hombres son los que quiere
Dios de mí. Pienso que a menudo vivo tratando de salvar los bordes del camino.
Corro a velocidad prudente por una carretera con arcenes muy marcados. No
quiero caer por el precipicio y huyo de los bordes, donde está el peligro. Vivo
asustado, con un miedo inconfesable a ser infiel, a ser débil, a no decidir lo
correcto. Y por no querer equivocarme decidiendo, me equivoco en mi indecisión,
porque no decidir ya es tomar una postura. Quisiera tener un corazón más libre,
más autónomo, más capaz de discernir buscando al Dios de mi vida dentro de mi
alma. Me da miedo la masificación. Tanto la mundana, que se impone en
corrientes de la moda. Como la religiosa, cuando me dejo llevar por lo que
piensan los que me rodean en mi fe. Puedo vivir de forma masificada mi fe. Me
dejo llevar por lo que hacen todos. No me siento libre. Soy un hombre masa que
vive de ritos y formas religiosas. No sé salir de lo que me han mandado. Aplico
la norma siempre, para ser obediente. Pienso como la mayoría o como la
autoridad a la que sirvo. No tengo criterio propio. No me distingo del resto.
No pienso, no rezo. Quiero educar mi corazón para que sea libre y fiel a Dios.
Que no me dé miedo desentonar buscando su querer en mi vida. Seguir sus caminos
sin pretender hacer siempre lo políticamente correcto. Un corazón libre, un
corazón que piensa buscando a Dios. Un corazón capaz de tomar decisiones sin
tener que pedirle a nadie que las tome por mí. Cuánto me cuesta ser libre para
actuar sin miedo a cometer errores.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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